jueves, 3 de mayo de 2012

Duelo


Iba caminando con el instrumento al hombro en busca de alguien que pudiera desafiarlo. En su pueblo ya nadie se atrevía a retarlo, conocida era su fama como payador, improvisador y guitarronero.
Había ya recorrido varios kilómetros, casi todos a pie y algunos haciendo dedo. Muchos días transcurrieron desde que saliera de su casa, aunque no manejaba la cifra exacta en su mente. Un número importante de pueblos pequeños recibiéronle y otros tantos le dieron la espalda, pero no iba a renunciar. Sabía que más temprano que tarde encontraría a alguien que pudiera aceptarle un desafío, y ojalá, ganarle en una limpia lid.
Se dejaba guiar por los caminos, senderos y carreteras siempre en rumbo norte. Los abajinos eran fieros en el arte y en el sur todos le sacaban el cuerpo, los carteles le iban informando de la ciudad en que se encontraba y le daban alguna reseña de la ruta recorrida.
Se hacía de noche, se hacía de día. Comer algo aquí, comer algo allá. Afinar, tocar y pedir algunas monedas para continuar su rumbo.
Pero un día estaba tan exhausto que decidió tomar una pausa en su caminata, se sentó en una roca cercana al cruce del tren. Escuchó el viento corretear a los cóndores. Veía en lontananza múltiples espejismos que tomaban las más inauditas siluetas. Sacó el instrumento del estuche y, con su memorial, entonó varias melodías.
Estuvo allí bastante tiempo, pasaron dos o tres trenes y se quedó dormido.

El sol clareaba mientras soñaba con un tren dorado, con ruedas de oro, palancas de cristal y que recorría el cielo completo. Hermosa fue visión, su reacción ante ella la felicidad más grande. Finalmente despertó aún absorto en el delirio del suceso onírico que había protagonizado. Todo estaba tal cual, las botas mirando hacia el norte, sacó un pan relleno con algún menjunje y se lo comió sin prisa. Se cambió la camisa y tomó sus cosas para seguir su marcha. De repente escuchó una voz.

- Hola amigo, ¿qué lleva ahí?
- Una guitarra grande.

El desconocido se puso frente a él y le mostró a Isaías el estuche que el llevaba con cierto picarón orgullo.

- Somos colegas entonces. Yo salí de mi norte querido para buscar alguien con quien hace duelo, en mi pueblo todos me tienen miedo y ya no tocan conmigo. En cuanto saben que me voy a aparecer salen zumbando.
- ¿Me va Ud. a creer que yo estoy en las mismas? Toquemos entonces pues.
- Así mismo será entonces.

Y comenzaron a sonar los instrumentos, distintos fundamentos guiaban sus cantos. El padecimiento, la astronomía, la creación, la travesura, la historia, etc. En cuanto uno proponía la temática obtenía respuesta casi inmediata del otro, sin espacios, sin silencios. Todo era música y poesía.
Ya había pasado un día y ciertas personas que les habían visto difundieron la noticia del duelo, poco tiempo se requirió para que los curiosos llegaran a observar aunque siempre a distancia considerable con el fin de no entorpecer el duelo por distraer a los contendores.
El reloj corría impasible y salvo por algunos recreos para ir al baño, tomar agua y comer; se cantaba el día completo.
Ante una cuarteta la respuesta llegaba más que ligero, ante una décima improvisada el contrataque era más fiero y ofensivo. Hasta el momento nadie había flaqueado. Seguían firmes y se podía notar la determinación de ambos, cada uno sentado en una piedra. Isaías en la que daba al sur, y el desconocido en la norte.

Ya eran cinco días con cinco noches tocando y cantando, y el nortino no pudo ya crear toquidos nuevos y tuvo que comenzar a repetir su repetorio. Para el público resultaba evidente que le estaban tomando cierta ventaja, el músico austral, en cambio,  no daba señas ni de cansancio ni de falta de motivo, todo lo contrario.
Desafío en cuarteta nuevamente y el desconocido no dio pie con bola en tres ocasiones consecutivas, no logró responder en forma correcta a las creativas preguntas que se le proponían.
Semana cumplida y ya los espectadores tenían total resolución de quien sería el ganador del duelo. En un descanso el desconocido se acercó a Isaías y le preguntó:

- ¿Ud. no sabe quién soy, verdad?
- No, en realidad no nos hemos ni presentado. Isaías Bermejo es mi nombre, para servirle.
- A mi me dicen el Mandinga, el cola ‘e flecha, On Sata, el Malevo, ¿Se entiende? Si que es mejor que no me gane na’.

Isaías vio el fulgor ígneo en los ojos del desconocido y la dentadura con tapaduras de oro. Corrió a coger al portentoso y se lanzó con unos acordes y una melodía que hasta la oportunidad había reservado. En el instante del firmamento más alto cayeron tres rayos, uno verde, uno azul y uno rojo.  El diablo fue fulminado, con un estruendo estentóreo de proporciones gigantes, solo quedó polvo que el viento se encargó de espacir por los alrededores y un quejido lastimero de agonía.
El gentío primero se horrorizó, pero segundos después parecían confundidos y desorientados, sin saber razones de por que estaban allí. Isaías se persignó y guardó a su compañero.
Como su memoria era extremadamente buena, podía recordar todos los toquíos que había escuchado y decidió volver a una ciudad del sur indeterminada para enseñar todo lo que había aprendido.
Emprendió el viaje a la brevedad posible. Nadie sabe con ciencia cierta a que ciudad se dirigió, pero todos sostienen que está cerca de un gran poblado y que hasta el día de hoy existe allí un portón que de noche se cierra, no vaya a ser que alguien llegué buscando pleito.

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