domingo, 30 de junio de 2013

Salón de lectura


No tuve mucho tiempo la primera vez que fui. Pero la segunda, estando solo y con todo ese acervo de libros a mi haber, no perdoné. Leí por horas y horas todo lo que allí pude encontrar y también lo que no estaba permitido tomar de los anaqueles. Versos antiquísimos, biografías de los próceres, cassettes en los que se podía oír el paso de los años en el desarrollo del canto campesino popular, aquello que me llena el alma.
Fotos, anécdotas, cosas olvidadas que para mí son un tesoro. Dispongo una torre de libros a mi derecha y trato de leerlos en el lapso más corto posible. Transcribo brindis, décimas y sobretodo cuartetas con su respectivo funda'o para cantarlas luego acompañado de las madejas.
Me gustaría saber cuantos cantores en formación han hecho un trabajo tan esmerado como el mío en cuanto a leer, buscar, recopilar y oír a los antiguos patriarcas; no obstante, no reflexiono en el tema pues podría sentirme más solo de lo que estoy en el área.

Me dijeron con estruendo
Que aquello no se podía;
Aprender doscientos versos
Y cuarenta melodías.

Sigo leyendo y encuentro las palabras de un célebre investigador alemán de apellido Lenz, un guitarronero sabe a cabalidad 3 o 4 melodías, uno muy bueno maneja más de una docena.
Me complace leerlo, y si el Sr. Rodolfo vivo estuviera le diría que la situación no ha cambiado en demasía. Encuentro una selección de las ilustraciones de la Lira Popular, los dibujos, con toda su bizarría y lo hoscos que han sido en su confección, no dejan de tener un encanto sublime. Es una epifanía darse cuenta como en épocas pretéritas la gente se aventuraba a hacer cosas la mayor parte del tiempo con recursos escasos, ¿Qué primaba? El ingenio, tesoro perdido en la actualidad.

Mi lira bien encordada
Se encuentra lista señores,
A poetas y cantores
Se las ofrezco afinada.

Luego queda en frente mío un pequeño facsímil, y es notorio el maltrato que ha sufrido. Es un sobreviviente dentro de los libros imponentes y de buen parecer que existen en el lugar. Relata las reglas tácitas del canto, esas que ningún intérprete escribió pues eran consabidas dentro del gremio. Gran parte de los protocolos a seguir están allí relatados con gran detalle, penosamente no en primera persona. El pequeño manual ha sido escrito por un espectador interesado en el área, pero lego en ciertos aspectos.

Parece cosa imposible,
Pero al fin sucederá:
La Tierra concluirá
De una manera horrible.

La hora avanza y avanza sin mostrar piedad por mis deseos y anhelos de artista, el cierre se hace inminente. Me despido de todo el personal, que me ha tratado como visita ilustre. Van a cerrar por remodelación, espero volver pronto. Me llevo mucho material aprendido, y también muchas ganas de seguir aprendiendo, no hay placer más exquisito que sentirse honesto al transmitir la tradición lo más fielmente a como sus fuentes originales la crearon.

Volveré.

jueves, 27 de junio de 2013

Mujer rastrera


Puedes haber congelado el grito
Que ayer no fuera, sino mi nombre,
Puedes fingir, quizá, a otro hombre
Un amor eterno e infinito.

Anhelo muerto, triste y proscrito
Que solo dolor, lleva por cognombre;
Padecimiento y pena, que asombre
A nadie el verme muerto y contrito.

Hubiera ayer, ingrata, jurado
Que tu amor nunca era fingido,
Yo mismo mucho me he engañado.

Espíritu pobre y desolado,
Tus caricias carentes de sentido,
Dime, ¿A cuántos ya le has mostrado?

lunes, 24 de junio de 2013

Pasajero pusilánime


Indeciso, inseguro y taciturno esperaba el tren con lucecitas verdes que le llevaría a su lugar de trabajo. La puerta se abrió frente a su nariz. La coqueta voz cantó en tono hipnotizante “Permita bajar antes de subir”. Nadie descendió del vagón, y no logró descifrar si era correcto abordar o no. Esperó ansioso el arribo de la siguiente máquina.

jueves, 20 de junio de 2013

Haikus


Es curioso que los japoneses expresaran tanto con solamente diecisiete sílabas que además no tienen rima alguna.

lunes, 17 de junio de 2013

Pre-fantasma



Buscar un oponente a esta altura añadía más pena y soledad que otra cosa, ya estando más que autorizado y con el cúmulo de conocimientos que me había transmitido el colorado después de aprender la melodía número cuarenta, ya poco quedaba por conocer.
La gente que se me acercaba en torno al instrumento hace ya largo tiempo que empezó a llamarme Maestro, aunque a veces pienso que no manejo ni la mitad de todo lo que los antiguos próceres conocían en realidad. Pero, ¿quién podría enseñarme cosas nuevas o desconocidas?
Me acerqué al río, armado con la guitarra grande para cantar por el fundado que en mente viniese. Siendo casi las 3 de la mañana y habiendo tanto verso por el diablo para cantar, decidí quedarme con ese fundamento y gastar todas las melodías, postureos y entonaciones que sabía.
Los alambres tuntuneaban con mucho cuerpo, producto del eco que el río y su lecho proveían. Me encanta tocar en esa parte del río, pues cuando está caudaloso se escucha clarita la tónica en el aire, la nota principal que me afirma para cantar con más gana. Una tapita de pisco y se suelta la voz y entra la personalidad.
Algún queltehue chillaba en lontananza comos siempre sucedía cuando la niebla estaba densa y a ras de piso, las estrellas se veían tan cerca que parecía que con extender la mano se podrían tocar. El cielo hoy era un cristal traslúcido lleno de mariposas perfectas que aleteaban en medio de la noche.
El mate, fiel compañero, muy cerca de la mano derecha, sobre una pequeña roca que casi por azar fue tomando la forma de una mesa a medida que yo iba conociendo más y más el instrumento.
El instrumento y la vida, misma que me ha ido dejando cada vez más solo. Al rancho ya ni vienen los cantores, muertos están o ya no le encuentran gracia a encontrarse conmigo en un duelo. Mujer nunca tuve y a ratos la casa se siente grande, sobretodo de noche cuando llegan al alimón el frío y la oscuridad a hacer sus estragos. Por eso me pongo a tocar, para distraerme, para relajarme, para olvidar.
Pero ese día fue distinto, cuando ya iba en el verso número cincuenta y algo apareció una sombra en frente de mí y me habló. En primera instancia pensé que era el cola de flecha, pero no sentí olor a azufre ni ningún tipo de viento, no corría norte ni tampoco hubo ningún destello de luz perceptible. Definitivamente no era el Mandinga.
Preguntó de todo un poco que mi nombre, que cuanto tiempo hacía que yo sabía tocar, hasta que llegó a un cuestionamiento que me dejó aletargado, ¿Vale la pena vivir esta vida? Le respondí, le dije de todas las experiencias hermosas que yo había tenido, de los bonitos momentos que hay, de la música, de la poesía.
Aunque parecía entenderme, creo que muchas de las cosas que yo le iba mencionando no las conocía, se quedó más con la emoción de mi discurso que con el contenido en sí.
Después de un rato le serví un mate, y ahí se puso más interesante el asunto.
Me empezó a contar que era algo así como un fantasma, lo que hay de un alma cuando no tiene cuerpo. Pero que a diferencia de los fantasmas él nunca había muerto, tampoco había nacido. Vagaba en espera de que le dieran la vida, pero no sabía que tenía que hacer aún.
Le habían dicho que tenía que nacer en cercanías de mi rancho y que tenía que contactarme, que probablemente el sería el hijo que tanto yo había esperado tener y que pronto llegaría.