Sí, Doctor. En primera instancia
fue divertido.
Los viajes, las preguntas, el
sentirse el foco de atención, el poder mostrar lo que mi creatividad traía. Ser
una suerte de juglar, sentirme invulnerable e ilimitado. Ser parte importante
de un todo que, a ratos, parecía solamente funcionar por mi mera presencia y
acción.
Pero no duró mucho.
Se subieron al buque otros que
creían tener igual importancia, pero que, sin lugar a dudas, eran una carcaza
inerte. Después de filtrar lo que sus bocas incontinentes vaciaban
mecánicamente no había nada sustancioso. No podría decir que eran espíritus
bonachones, o siquiera almas humanas, nada de eso. Había egos inflados,
terribles, que se creían que todo el mundo tenía que tragarse sus cuentos y sus
evidentes mentiras.
Doctor, era terrible tratar de
ser una voz allí donde el ruido era la norma. Donde todo estaba bien, pero a la
vez estaba todo mal. Era un estancamiento. Nadie creativo que se asomara ni de
casualidad, nadie con una poética propia, con una invención o, por lo menos,
con la más mínima intención de tenerla.
Ni propuestas ni identidad
alguna. Parecían todos hechos con el mismo molde, se oían, vestían y paraban
igual. Hechos en serie por una empresa oscura y ególatra.
Vacas sagradas por doquier, vacas
ciegas y sordas que, aparte, ya no daban leche y, si alguna vez la dieron, debe
haber sido mustia e insípida. Y querían, a la fuerza, que todos fuéramos igual
de mustios e insípidos, casi no podía comunicarme con ellos; hablábamos idiomas
diferentes.
Era terrible, tan perdido
estaba todo el mundo que, seguramente, si alguien se hubiera pedorreado, le hubieran
aplaudido. Si cualquiera de ellos hubiese puesto un pedazo de mierda en un
pedestal todo el resto le habría condecorado.
No había timón, no había
criterio, no había sentido ni misión, se transformaron en un hato de seres auto-referentes,
se sobaban el lomo, se daban besos y se felicitaban unos a otros por seguir haciendo
lo mismo que venían haciendo hace veinte años.
Y yo, Doctor, no quiero estar
en la misma baldosa toda la vida, no quiero tocar la misma progresión de cuatro
acordes para siempre, no quiero subirme al escenario para jugar los mismos
juegos o referir el mismo verso una y otra vez. No quería ser un mediocre o ser
reconocido por ellos. Yo quería enfrentarme a monstruos de mi talla, no a
insectos penosos.
Quería ponerme a prueba, ver donde
estaban los límites.
Por eso me retiré, Doc. Pero
el mundo creía que yo les debía algo, sentían que mi arte y, peor aún, mi vida,
les pertenecía.