viernes, 27 de marzo de 2020

Piez sopos


No es justo. Verle, en un espacio tan reducido hacer tantas maravillas. Aguantar el balón tratándolo como una perla, correr casi sin dejar rastro sobre el campo, mantenerse en el aire por minutos antes de cabecear, poseer un repertorio de efectos tan acabado, entregar un soberbio pase como si nada.

Mientras que a mí solo me dieron un par de pies zopos.

viernes, 20 de marzo de 2020

Brindis por la Narración Oral



Brindo por la Narración
Oral, arte extraordinaria,
que es práctica milenaria
bañada de tradición.
Las leyendas son unción
que nutre nuestra memoria.
Dedico estas laudatorias
a quienes van por la senda
de los mitos y leyendas
urdiendo su propia historia.

lunes, 16 de marzo de 2020

Homenaje


Cada vez que escribo una canción o un poema en homenaje a un personaje, curiosamente, fallece.
No sirvo para hacer homenajes, aunque me encantaría ser homenajeado.

viernes, 13 de marzo de 2020

Sesión 17


Sí, Doctor. En primera instancia fue divertido.
Los viajes, las preguntas, el sentirse el foco de atención, el poder mostrar lo que mi creatividad traía. Ser una suerte de juglar, sentirme invulnerable e ilimitado. Ser parte importante de un todo que, a ratos, parecía solamente funcionar por mi mera presencia y acción.
Pero no duró mucho.
Se subieron al buque otros que creían tener igual importancia, pero que, sin lugar a dudas, eran una carcaza inerte. Después de filtrar lo que sus bocas incontinentes vaciaban mecánicamente no había nada sustancioso. No podría decir que eran espíritus bonachones, o siquiera almas humanas, nada de eso. Había egos inflados, terribles, que se creían que todo el mundo tenía que tragarse sus cuentos y sus evidentes mentiras.
Doctor, era terrible tratar de ser una voz allí donde el ruido era la norma. Donde todo estaba bien, pero a la vez estaba todo mal. Era un estancamiento. Nadie creativo que se asomara ni de casualidad, nadie con una poética propia, con una invención o, por lo menos, con la más mínima intención de tenerla.
Ni propuestas ni identidad alguna. Parecían todos hechos con el mismo molde, se oían, vestían y paraban igual. Hechos en serie por una empresa oscura y ególatra.
Vacas sagradas por doquier, vacas ciegas y sordas que, aparte, ya no daban leche y, si alguna vez la dieron, debe haber sido mustia e insípida. Y querían, a la fuerza, que todos fuéramos igual de mustios e insípidos, casi no podía comunicarme con ellos; hablábamos idiomas diferentes.
Era terrible, tan perdido estaba todo el mundo que, seguramente, si alguien se hubiera pedorreado, le hubieran aplaudido. Si cualquiera de ellos hubiese puesto un pedazo de mierda en un pedestal todo el resto le habría condecorado.
No había timón, no había criterio, no había sentido ni misión, se transformaron en un hato de seres auto-referentes, se sobaban el lomo, se daban besos y se felicitaban unos a otros por seguir haciendo lo mismo que venían haciendo hace veinte años.
Y yo, Doctor, no quiero estar en la misma baldosa toda la vida, no quiero tocar la misma progresión de cuatro acordes para siempre, no quiero subirme al escenario para jugar los mismos juegos o referir el mismo verso una y otra vez. No quería ser un mediocre o ser reconocido por ellos. Yo quería enfrentarme a monstruos de mi talla, no a insectos penosos.
Quería ponerme a prueba, ver donde estaban los límites.
Por eso me retiré, Doc. Pero el mundo creía que yo les debía algo, sentían que mi arte y, peor aún, mi vida, les pertenecía.