jueves, 29 de diciembre de 2011

Diálogo en el Metro

- Mamá ¿Por qué el sol está tan fuerte?
- Es por que está más cerca de nosotros.
- ¿Y por qué se acerca?
- En realidad no se mueve, la Tierra gira en torno a él.
- ¡¿La Tierra gira?!
- Sí hijo, casi no se nota pero está moviéndose siempre. Cuando en una mitad es de día en la otra es de noche, luego vuelve a ser día y luego vuelve a ser noche.
- ¿Y a la Tierra quien la hace girar?
- La hace girar Dios.
- Entonces Dios quiere que todo tengan día y todos tengan noche.
- Algo así.
- Y si siempre hubiera luz del Sol en un lado no dormiríamos y habría más tiempo para jugar. Me gustaría que fuera de día todo el día, todos lo días.
- Eso sería injusto, los niños del otro lado no podrían jugar a lo que quisieran, no habría luz.
- Pero entonces que jueguen a la escondida.
- Ese es solo un juego, sería difícil jugar a la pelota, al pillarse, a la botella envenenada, al paco ladrón, a la bolita, y muchos otros juegos.
- Pero entonces podrían jugar con luz eléctrica y podrían ver tele.
- Imagínate, eso sería muy malo. Sin luz no saldrían mucho a la calle y tendrían menos amigos. Y jugar con luz eléctrica podría echarles a perder la vista.
- ¿En serio?
- Claro, además que los niños que estén al lado del Sol dormirían menos, descansarían menos y se enfermarían más. Dormir es necesario.
- Y los niños del lado de noche tendrían más frío y no podrían comer sandías, son de verano y para que haya verano tiene que haber Sol.
- Si, ¿viste? Es necesario que todos tengan día y noche. Para jugar y para descansar, si no repones energías no puedes seguir jugando.
- Mmmmmm. Y dormir con luz es más difícil, a mi me gusta dormir oscuro.
- Por eso es justo que la mitad del día haya luz y la otra mitad noche, así hay tiempo para todo.
- Oye mamá, y si no hubiera Sol, ¿qué pasaría?
- Se morirían las plantitas, los pájaros que comen de ellas, los árboles, las mariposas, las abejas, y nosotros nos quedaríamos sin comer. Nosotros nos alimentamos de plantas y a veces de sus derivados, también en ocasiones de animales y ellos comen plantas.
- Ooohhhhh, mejor entonces que siga habiendo noche y día, ¿cierto?
- Cierto hijo, ya arriba. En la otra estación nos bajamos.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Razones

¿Por amor?… Quizá es el calor del verano que entra por la ventana. Tal vez el frío que paso en las noches y que siento por dormir sin pijama. Puede ser también que tengo menos tiempo por el exceso de trabajo. No descarto tampoco que sea por que no tengo distracciones en estos momentos. Alguien puede opinar que es para olvidar las penas. Otros podrían decir que es para dejar mis vivencias guardadas en la memoria y evitar que se hagan difusas. Posiblemente es por las noches de insomnio. Acaso es por que mi perro ladra mucho. Eventualmente influye la guitarra de mi vecino que comienza a sonar a altas horas de la madrugada. Un punto de vista elogiable es que mi objetivo sea demostrarle al género humano que todo se puede lograr en la vida. Tiene una alta probabilidad de ser cierto el que quiera distraerme y por eso lo hago ahora de forma más periódica. Otra probabilidad, más alta aún, es que lo haga por amor a una mujer que me inspira. Es dramáticamente incierto que sea por pasar el rato. A menudo creo que es necesario para sublimar mis emociones.  De modo conciso, tú quizá eres la potencial responsable de todo esto. Me señaló un amigo que era para elevar el espíritu y trascender. Mi hermano me dijo que tengo una pluma privilegiada y si me gustan los halagos, es una explicación plausible. Un personaje me comentó que era para imitar estilos (el de ese mail maldito está imitado aquí). Para dominar la técnica es un argumento razonable en vista de que tan seguido me acerco a este arte. Escasamente señalaría que es por la fama y el prestigio. Siento que es preciso para cultivar mis talentos y superarme. El alma me explica que es para trascender. Que es para meditar sería la opinión de un budista, para llegar al cielo la de un católico. Pero no soy ni lo uno ni lo otro. Por ventura es para lograr una plenitud mental y corporal. A lo mejor lo hago para escapar de la rutina. Casualmente me entrego a esta actividad para crear mundos paralelos o perfeccionar los que ya existen ¿Mencioné cómo alternativa el amor?  Seguramente es una razón de peso…

¿Y si no hay una sino varias y todas las razones?
En resumen, no sé por que escribo; ¡¡¡carajo!!!

domingo, 25 de diciembre de 2011

Sueños

Es un ejercicio que alguien me dijo algún día que hiciera, pero el miedo no me permitió dejarlo fluir. Escribir y escribir los sueños, plasmarlos en la realidad y que salgan a flote más allá de las fronteras que imponen las tapas de un cuaderno rojo que yace esperando ser leído por personas que ignoran su existencia. Los tigres ha llegado y han lanzado su metralla sobre mí. Corro para no ser alcanzado, pero termino encerrado en un lugar donde a ciegas busco salida. Siento aún los impactos de los proyectiles que los tigres dirigen sobre mí, veo sus destellos de múltiples colores quemándolo todo y de repente la nada. Volver a la realidad donde la tensión se acumula en el cuerpo y hago cosas que no quiero hacer, en lugares que preferiría no visitar.

Marta, siempre Marta es la que busca salir y se hace un lugar entre los más recónditos recodos de mi mente (en lo real y en lo imaginario) dictando órdenes y cercenando los cuerpos de aquéllos que buscan hacerme daño. Maneja y controla a la perfección las fuerzas naturales, siendo su especialidad los rayos. Su vestimenta marroquí le confiere una presencia nunca vista, es bellísima, por que no decir perfecta. 
La gallardía de la pelirroja es mucho mayor que la mía. La admiro, su experticia en la vida es inigualable y siempre va dos pasos adelante mío y es, en definitiva, excelente saber que unto con un aliado así.

Armado con mi katana observo una canasta en el patio.
Surgen de allí los osos, mismos que mi madre no quiere eliminar pues le parecen simpáticos, y aunque no sabe que hacer con ellos ni como alimentarlos decide conservarlos escondidos en el patio. Claro, al papá no le gustan los animales, mucho menos los osos y en una cantidad tan grande. 10 en total, inocentes y pequeños. Tiernos al fin y al cabo. Guardo mi katana y los miro. Los desprecio, no los tomo en cuenta y en los lapsos en que no los veo crecen y crecen.
El espacio ya no es suficiente, lo que los rodea sucumbe, las vigas sólidas que sostenían el techo se hacen risibles obstáculos para ellos y son engullidas sin compasión alguna. Contemplo la escena pero nada me permite actuar, no logro aclarar mi cabeza y ejecutar la acción que sé es correcta, eliminarlos sin piedad. Salen del patio, comienzan a destruir, sin darse cuenta, todo lo que para mi es preciado. Las plantas más hermosas en mi jardín son tragadas en el acto, o acribilladas a merced de las bestias, a esta altura horrorosas.

Tomo la katana firme, como mis maestros me han enseñado. Lanzo el grito de guerra para acabar con ellos en el acto, pero se me adelanta alguien. Es un hipopótamo, otra criatura en apariencia inocente. Ferozmente va acabando con cada uno de ellos. A nueve ha vencido sin dificultad. El décimo, gigante, muy crecido y vigoroso da gran batalla. Finalmente es hecho añicos por el hipopótamo rosado. Mis manos tiemblan y siento la impotencia de no haber podido pelear y probarme contras los osos, derrotar al hipopótamo es imposible. La realidad me rapta y voy de nuevo al lugar que me aleja tanto de mi centro.

Una naranja, ignorada por todos está tirada aparte de los demás frutos de aroma exquisito y de aspecto saludable. Dudo que alguien en su sano juicio quiera poner sus dientes sobre ella, pero me abalanzo y la tomo en mis manos. Nadie se da cuenta. La cuido, la riego, le hablo y le canto. Poco a poco va recuperando su estructura natural, su color y su jugoso relleno. Espero a que esté madura, su color naranjo-rosa me parece bien. Pienso en que podría crecer aún más, invierto más tiempo en cuidados y mimos. Cada día más brillante, es mi orgullo, si pude hacer eso con una fruta agonizante imagínense si las semillas hubiesen sido las correctas. La contemplo, no quiero morderla y arruinarla. La acaricio y parece sonreír, canta bellas tonadas de estilo campesino. Me pide más cariño y se lo otorgo, voy en busca de un cojín para sacarle una foto y quedarme con el momento accesible para siempre.

Cuando he vuelto ya no está, la busco, está lejos. Fuera de mis manos, reclama ser querida, pide más y más cosas. Sobretodo energía, la cual he perdido a fuerza de no dormir y estar junto a ella. Alguien la levanta, huele su olor. Pasa su mano lascivamente sobre su cáscara hermosa. A mi naranja le llaman la atención los brillos artificiales de los ropajes del personaje.
La acerca a su boca y da un mordisco grotesco que la deja cercenada. Pero ella lo disfruta y cree que le están haciendo un gran favor. Pide más , pide ser comida por ese cuerpo extraño. El extranjero avecindado en mi lugar sigue con su tarea.

Pasa el tiempo y sigo sin poder acercarme, hay alambradas alrededor, alguien las puso a conciencia para impedirme el paso solo a mí. No quiero seguir contemplando el espectáculo y salgo a caminar cantando una vieja canción. No sé la letra y tarareo el nombre que le había dado a mi naranja, a mi bella y exquisita fruta de la cual el extranjero no me permitió disfrutar.

Me olvido de ella estoy ocupado haciendo las cosas que había pospuesto, cuando la veo del otro lado de la alambrada destruida, despedazada. Un estado paupérrimo y aún peor al que tenía antes de que yo la tomase del suelo sucio en que se hallaba.

Nadie en la vecindad sabe del destino del extranjero. Un samurái que se cruza en mi camino me dice que acaba de asesinarlo, el código de honor es estricto. Caminamos, él sigue la dirección que yo llevaba. Cuando nos acercamos al cadáver del extranjero, el samurái me alerta. No conocía al extranjero ni el a mí, pero el nombre que el samurái me da lo he escuchado varias veces.

Los samuráis somos gente solitaria habituada a vivir en cubos con una o dos ventanas, nos damos la mano como hacen los caballeros y sigo mi senda.

sábado, 24 de diciembre de 2011

¿Salgamos?

Había pasado un buen tiempo de que ella no se comportaba así.

-Vamos, vamos a jugar abuelo. Decía la niña mientras le tiraba insistentemente de la manga.

El anciano, impertérrito, no parecía conmovido en lo más mínimo con el entusiasmo de la niña.

- Por favor, vamos a jugar, hay mucho sol. Me encanta jugar cuando hay sol, no te lo puedes perder.

Con su experiencia y su paciencia el abuelo disfrutaba de leer un buen libro de cuentos y siempre lo acompañaba con jugo de alguna fruta hecha por él mismo. Las tardes le parecían más largas a medida que iba envejeciendo y hoy se sentía un poco desanimado.

- ¿Por qué no quieres ir a jugar afuera?- Preguntaba la niña con cara de asombro.

El hombre que había sido, ahora se cansaba con facilidad. Había perdido la fuerza y el arrojo que de joven tenía, y es que algunas experiencias que pasan dentro de la mente  también se expresan en el cuerpo. 
Introspectivamente recordaba esas tardes en el patio de la casa de su bisabuela, comiendo ciruelas, haciendo un pic-nic bajo un sauce. O quizá jugando fútbol sin zapatos, o lanzándose nueces recién caídas con sus primos, juego que terminaba casi siempre cuando el menor de ellos recibía un impacto.
Haciendo sus primeras declaraciones de amor, más tarde, dando sus primeros besos, más temprano. Bañándose desnudo en el río, corriendo de la misma forma por los prados. Ya había hecho todas esas cosas, podía contárselas a la niña con lujo de detalle, pero no sería suficiente para ella. Su energía estaba un poco reprimida, no es que no quisiera salir, no podía dado su estado de salud.
La niña, por el contrario, desbordaba una energía exuberante y que a ratos parecía descontrolada.  Obviamente, para los niños es un estupendo panorama pasar los ratos libres fuera de casa, conociendo el mundo. Y ella justamente eso quería, nadie le había dejado disfrutar y sentirse feliz, que es lo que todos quieren. ¿Quién no? Pensaba el abuelo. Y seguía recordando. La niña se empezaba a impacientar al no obtener respuesta del sujeto. Ella le quería mucho, pero como pasa cuando las distancias de edad y de idea son amplias no lograba entenderlo.

-Tata, ¿es qué acaso no te gusta el aire libre?

- No, cariño, sabes que vamos seguido a jugar afuera. Es solo que hoy no tengo ganas.

- Eso no puede ser.

El abuelo la miraba, ¡como estaba de grande la chiquilla! La conocía desde siempre, de que la llevaron un día a su casa siendo un bebé. La recordó llorando mientras él la tomaba en brazos, se le vino a la cabeza una imagen de ella tirándole los bigotes.  También de cuando aprendió a caminar y de cómo él la ayudó en el proceso, seguía viéndola así, dependiente y desvalida. Pero nuestro vetusto amigo pasó por alto un detalle no menor, lo niños crecen. Unos rápido, otros no tanto. Y la pequeña ya no era tan pequeña, por el contrario, era una chica privilegiada en madurez y habilidades con respecto a la gente de su edad.
Pensaba en alguna solución al ver a la niña hacer berrinches, berrear y llorar. Sabía que la muchachita quería salir, pero a él su cuerpo no se lo permitía. Y como hombre obediente que siempre fue no podía mostrar descompostura, según los padres de la niña.
“Recuerda que a tu edad el ejercicio excesivo no es bueno”, “Abríguese y acuéstese temprano”, “Yo le ayudo, usted no puede solo”, “¿Y todavía puede cocinar”, “Cuidado con el escalón” y tantas otras frases que estaba aburrido de escuchar (él ignoraba que aún así moldeaban su manera de ver la vida), se le vinieron a la cabeza.
La niña golpeaba con fuerza la puerta, y aunque habían objetos que le hubiesen permitido alcanzar la cerradura no los usaba por no desautorizar a su abuelo.

- Salgamos, abuelo, ¡por favor!

Sentía que la niña necesitaba salir y el también, pero…“Se puede resfriar, cuídese”…algo se lo impedía en cuanto intentaba sacar energías para acompañarla.
Aunque tenía la noción de que la niña no debía salir sola,…“Cuídemela mucho, no la deje solita”…pensó al mismo tiempo en que estaba lo suficientemente grande como para buscar amigos, jugar, correr, saltar, mancharse y reír.
- Tus papás no te dejan salir a jugar sola, ¿verdad?
La niña asintió. Y era cierto, sus padres habían estado sobre ella diciéndole quienes podían ser sus amigos, llevándola al colegio, eligiéndole la ropa, imponiéndole respuestas ajenas a preguntas de eventuales extraños que pudiesen abordarla.
El abuelo giró la chapa de la cerradura, e inmediatamente le dolieron los brazos y algunas articulaciones, pero era eso o que la puerta permaneciera cerrada. La niña salió corriendo con entusiasmo. Mientras veía la figura rauda recorrer el enorme parque pensaba en las ganas que tenía de poder correr de nuevo como ella… “No se apure tanto, le va a subir la presión”. Se le llenó el pecho al divisarla, cada vez más lejos, conversando con otros niños, viviendo lo que le habían impedido vivir. Sabía que podía caerse y lastimarse, pelear con otro infante allí presente, llegar de vuelta con la ropa rota o descosida y que eso le traería consecuencias…”Si se porta mal la castiga no más”… con su hijo y su nuera, pero no le importaban los regaños.
La niña estaba muy feliz, y aunque no pudo jugar con su abuelo, en el fondo de su corazón le agradecía el haberla dejado salir con un saludo distante, pero cargado de cariño.
Él la seguiría observando un rato, pero tendría que entrarse luego producto del frío…”No le vaya a dar un aire, oiga”… que sentía. Le lanzó un beso con la mano y la niña le devolvió una sonrisa. Con su acervo de años tenía claro que cada vez era menos probable que jugaran juntos, pero seguiría siendo siempre su nieta favorita. Tenía la certeza de que cuando la pequeña se transformara en mujer sería con la única con quien leería sus libros y tomaría jugo, de ese exquisito que solo él sabía hacer.