Me sentí feliz. Pensé, por un par de segundos, que nada podría hacerme más feliz. Había encontrado el lugar perfecto para estacionar. En la entrada del parque, a la sombra del ramaje de un arce azucarero. Sombra perfecta, temperatura perfecta, a escasos pasos del acceso principal. Reflexioné sobre la simpleza, las cosas más bobas pueden llevarnos a un éxtasis completo. Estaba saboreando mi dicha cuanto recordé que no tengo un automóvil y que tampoco sé conducir.