Para aquéllos que olvidan que líneas deben rimar entre sí.

No es ninguna novedad

Que el privar de libertad

Es siempre enorme maldad

Que causa infelicidad.

Canto con habilidad

Y gran disconformidad.

Huyo de la vanidad,

Triste, negra necedad;
Vista en la  totalidad

De esta pobre humanidad.

Cueca de la depresión

Chile es país depresivo,

Esto a todos les advierto,

No se sabe si está muerto

Ni tampoco si está vivo.

En todas las esquinas

Venden remedios,

Debe haber un enfermo

Casa por medio.

Casa por medio, ay sí

Viejas cucarras

Que enfrentan a la vida

Con mala cara.

Va todo como el forro,

Mejor me borro.

Motivo

Muchas palabras

Escribo y escribo,

Para olvidar.

Proscenios

En general, no suelo sentirme nervioso cuando hago esto, mejor dicho, percibo que se acelera un poco el corazón y que la voz se compacta; pero la mayor parte de las veces logro manejarlo con éxito.

Los focos siempre son un golpe fuerte a la concentración con sus destellos impredecibles e incalculados. Una vez que los técnicos los calibran, dejan de ser un distractor; recomiendo no usar chaleco al enfrentarse a ellos. Pueden rostizarte.

Paralelo a que te enceguezcan con sus fuegos artificiales los técnicos te demuestran su intención de dejarte sordo con chirridos aleatorios. Los armónicos se disparan hacia arriba y hacia abajo sin ningún orden establecido cuando de súbito aumentan el volumen a esas máquinas que se tragan el sonido. Creo que micrófonos les llaman.

Aún así, siempre algún pequeño detalle puede aguar la fiesta. Nada inmanejable, hay que sentarse en determinado ángulo tanto para que no haya acoples, como para no llevarse sorpresas al mirar al público y encandilarte con los focos, o quien sabe, caer del proscenio cuando tocas con demasiada gente. Son rutinas que uno maneja.

Generalmente después de eso, que es un protocolo por el que hay que pasar tantas veces como actuaciones se hacen, basta con respirar lo más lento que te permita el cuerpo y se va el agarrotamiento de los músculos. Cantas una décima de tu agrado con la excusa de hacer una última prueba de audio y te lanzas a hipnotizar al público y a ti mismo con el sisear de la grande.

Después es un trance del que no puedo explicar mucho en verdad, las palabras exigen su lugar y no eres precisamente tú quien las maneja. Hay alguien que piensa por ti, alguien que te usa como un canal poético y a través tuyo reparte la alegría a todo el público.

Me encanta ver esa reacción híbrida, mezcla de admiración, gratitud, cariño y sorpresa cuando una buena décima es recitada, cuando una buena pregunta es respondida. Estoy conciente de que muchos cantores evitan mirar al público mientras hacen lo suyo, pero a mí me gusta más el contacto cercano y cálido. 
Cuando entono una melodía es cuando más me muestro siendo yo, a mi juicio sería una lástima no compartir aquello en forma transparente. Muchos aluden a que mirar a los ojos a algún asistente puede hacer que te bloquees y bueno, debo decir que hace muy poco tiempo descubrí que era cierto.

Si tuviera que contar los escenarios en que he estado presente necesitaría bastante tiempo, pero jamás me había sucedido que todo alrededor se fuera a negro.

Cantaba mi segunda estrofa y de repente la veo en medio de todo con esa polera verde, la misma que tenía el día en que la besé por primera vez. El corazón se me agolpó y sentía como la presión en mi ojos aumentaba, que los zapatos de repente me quedaban chicos, que el instrumento se oía en lontananza, como tocado en otro cuarto.

Más de un año sin verla, meses sin hablarnos acerca de nada. Se veía hermosa igual que siempre y no puedo negarlo, la sigo queriendo y mucho. Nunca se me había caído un verso y esa fue la primera vez,  el público guardó silencio sepulcral pensando en que diría algo o que quizá lanzaría un brindis. Pero no lo hice, solamente me quedé mirándola a ella sin que me prestara la menor importancia.

Dejé el instrumento tirado, aunque sabía que lo más probable es que me mandara a la mierda (en el caso de dirigirme palabra alguna), pero tenía que agradecerle; sin ella no estaría donde hoy estoy.

Romance por el nacimiento de un niño mapuche

En casa de Chincolef

Ha nacido un heredero,

Debe tener un padrino

Aquél hermoso mancebo.

Por muchas horas discuten

El destino del pequeño

Mientras la machi lo lleva

Donde junten dos esteros

Y la suerte lo acompañe

En la tierra y en el cielo.

El cacique ha decidido

A quien debe de ofrecerlo,

Millañanco ha sido el hombre

Escogido por lo fiero,

Aguerrido y muy valiente;

Por cualidades, perfecto.

“Avísenle mi visita,

que cerrar el trato quiero

y arréglense las mujeres

por que también me las llevo”.

En el día señalado

Se montan en sus aperos

Y se adentran en los bosques

Explorando los terrenos

Vislumbrando, así, la casa

De que Chincolef es dueño,

Saludando a la familia

Y parientes por primero

Con el rito acostumbrado

Desde el más remoto tiempo.

Millañanco es informado,

De tal reconomiento;

Darle apellido a ese niño

Acepta sin poner peros.

La luna nueva es la fecha

Para el acontecimiento.

Cuando el día haya llegado

Se debe lavar el cuerpo

Del niño con varias dosis

Del más vital elemento,

Responde el pequeño niño

Y se ríe agradeciendo

Que la madre bien le cubra

Dejándolo todo envuelto

En un rebozo de lana

Que su propia mano ha hecho.

A guiar la comitiva

El padre ya se ha dispuesto

Sube a su mujer al anca

A un caballo color fuego

Vienen detrás los hijos

Y otros parientes directos.

Llegan cuando aún las aves

No emprenden el raudo vuelo,

El sol casi no se asoma

Donde concluyen los cerros.

Más tarde asoman hermanos

Que venían de más lejos.

Son muy lindos los adornos

Que visten para el suceso.

Lucen estribos de plata,

Trapelacuchas al pecho,

Campanas de alegre brillo

Que cantan mil tintineos;

Hermosas van las mujeres

Con trenzas en el cabello,

Son preciosas y elegantes

Las cintas que hay en su pelo

De un contraste colorido

Sobre el azabache negro.

Llega Chincolef, desmonta,

Y a su mujer por primero

Baja de la alta montura;

Saluda al padrino luego,

“Aquí tienes tu tocayo”,

Dice con tono sereno.

Se sella con un abrazo,

Este nuevo parentesco,

También sazona la fiesta

Un suculento cordero.

El gozo en los corazones

Es completo y manifiesto.

 * Basado en el relato de Mayo Calvo "Nacimiento y apadrinaje en la comunidad".