La cosa era simple, en teoría. Teníamos que
caber a como diera lugar en el pequeño sedán para evitar llegar aún más tarde
de lo tarde que era.
El equipaje era vasto, aunque con una
inteligente organización en el maletero podría caber sin el menor percance.
Pero había que hacerlo rápido.
La chofer de turno, muy amable en brindarnos
transporte a todos, estaba ocupada conversando temas de suma urgencia e
importancia en su teléfono móvil. Por tanto la tarea fue delegada a otro amigo.
El lugar donde estaba estacionado el automóvil
no facilitaba mucho las cosas. Mitad en la acera, mitad en la calzada. Bocinazos
de vez en cuando, rugir de motores mientras intentábamos coordinarnos para que
los bultos no rebasaran el escaso espacio destinado a tales efectos.
Y volaba una mochila verde, que luego giraba,
daba vueltas sobre si misma, se posaba en un lugar y definitivamente quedaba en
otro.
- Tengo hambre – Decía alguna de las
compañeras.
Y el ejercicio seguía y parecían eternos los
bolsos, sacos de dormir y mochilas.
- Mira, tu agarra allá y yo corro éste.
- Me voy a tirar encima no más, ¿No hay nada
delicado?
- Sí, - dijo la dueña con un poco de retraso –
un yogurt.
Minuto de silencio por el producto lácteo, que
murió sin ser saboreado por nadie más que el resto de nuestro equipaje.
- Ya po weón oh, apúrate.
Más bocinazos, una micro intentando pasar a
otra en esa misma esquina.
- Espera, te voy a ayudar.
- Sujeta no más, yo cierro.
Nos tomó casi media hora; de la decena de
personas que habíamos solo dos cooperamos para lograr la tarea.
Otros fumaban,
pololeaban, miraban, se quejaban y, en fin, se dejaban llevar por las múltiples
reacciones que el hambre, el cansancio y la sed producen en un ser humano.
La maratónica tarea al fin había concluido,
chocamos las manos con el Sr. Reyes y quedamos felices. Él más que yo, nos
separan más de 30 centímetros, por lo que lograr un impacto sonoro en ese
aplauso al alimón fue imposible.
Quedaba esperar que la chofer voluntaria
terminara de hablar, solo eso. Decidí finalmente aprovechar esos instantes para
encender un cigarro, nadie sabía cuanto tardaríamos en llegar a destino y menos
que ruta debíamos seguir en el auto. Estábamos resignados a llegar atrasados,
ojalá no demasiado para no demorar el acto cultural del que éramos parte.
Ella colgó el teléfono y nos dispusimos, no
sin dificultad, a organizarnos al interior del vehículo. Tarea superada.
- Reyes, dame las llaves –
Se revisó y no las tenía.
- ¿Se las pasé a alguien?
Bajamos todos y nos revisamos bien. En
guanteras, nada. ¿El techo? Nada. En el piso, menos.
Están dentro del maletero.