donde el agua fresca se remecía
que brotó la húmeda agonía
de un fuego que tiempo atrás dejó de quemar.
Cesó aquel caluroso acezar,
hirviente, ígnea, frenética y fogosa profecía
en la que, desvariando, perdía
todo amor, mil amantes y hasta ganas de amar.
Aire nuevo viene, a mis pulmones llena,
reemplazando un nefando humo
que se aleja por la senda de mi pena.
Muere la abrasadora condena,
las cenizas y sus brasas, todo el sahúmo;
glacial es mi alma, y mi vida es ahora plena.
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