Salimos a buscarlos, la idea era poder hablarles antes del
concierto. En lo personal, quería ver a Tina. Es mujer era el deseo de todos
nosotros, una mezcla de modelo y de chica ruda. La mejor baterista del mundo,
sin duda.
Llegamos temprano, no pudimos estacionar el auto en el
frontis del hotel, nos desviaron dos o tres calles antes. Nos desorientamos, no
sabíamos donde estábamos. Detuvimos el motor y quisimos pedir ayuda a una
persona que estaba revisando algo en su bolso, llevaba un abrigo larguísimo y
un sombrero rojo.
Se dio vuelta al escuchar que le hablábamos. Era Tina, con
unas gafas ahumadas y una cámara de fotos profesional en sus manos. Nos
quedamos helados, no dijimos ni hicimos nada más que estar congelados por casi
un minuto. Tina apretó un botón, vimos el flash y nos tomó una foto.
Hicimos los mil kilómetros, quizá un poco más, de vuelta.
Llegamos al colegio, contamos nuestra historia, pero nadie nos creyó. Hasta
hace una semana. Todo mundo llamaba para pedir disculpas, después de cuarenta y
tantos años.