domingo, 25 de diciembre de 2011

Sueños

Es un ejercicio que alguien me dijo algún día que hiciera, pero el miedo no me permitió dejarlo fluir. Escribir y escribir los sueños, plasmarlos en la realidad y que salgan a flote más allá de las fronteras que imponen las tapas de un cuaderno rojo que yace esperando ser leído por personas que ignoran su existencia. Los tigres ha llegado y han lanzado su metralla sobre mí. Corro para no ser alcanzado, pero termino encerrado en un lugar donde a ciegas busco salida. Siento aún los impactos de los proyectiles que los tigres dirigen sobre mí, veo sus destellos de múltiples colores quemándolo todo y de repente la nada. Volver a la realidad donde la tensión se acumula en el cuerpo y hago cosas que no quiero hacer, en lugares que preferiría no visitar.

Marta, siempre Marta es la que busca salir y se hace un lugar entre los más recónditos recodos de mi mente (en lo real y en lo imaginario) dictando órdenes y cercenando los cuerpos de aquéllos que buscan hacerme daño. Maneja y controla a la perfección las fuerzas naturales, siendo su especialidad los rayos. Su vestimenta marroquí le confiere una presencia nunca vista, es bellísima, por que no decir perfecta. 
La gallardía de la pelirroja es mucho mayor que la mía. La admiro, su experticia en la vida es inigualable y siempre va dos pasos adelante mío y es, en definitiva, excelente saber que unto con un aliado así.

Armado con mi katana observo una canasta en el patio.
Surgen de allí los osos, mismos que mi madre no quiere eliminar pues le parecen simpáticos, y aunque no sabe que hacer con ellos ni como alimentarlos decide conservarlos escondidos en el patio. Claro, al papá no le gustan los animales, mucho menos los osos y en una cantidad tan grande. 10 en total, inocentes y pequeños. Tiernos al fin y al cabo. Guardo mi katana y los miro. Los desprecio, no los tomo en cuenta y en los lapsos en que no los veo crecen y crecen.
El espacio ya no es suficiente, lo que los rodea sucumbe, las vigas sólidas que sostenían el techo se hacen risibles obstáculos para ellos y son engullidas sin compasión alguna. Contemplo la escena pero nada me permite actuar, no logro aclarar mi cabeza y ejecutar la acción que sé es correcta, eliminarlos sin piedad. Salen del patio, comienzan a destruir, sin darse cuenta, todo lo que para mi es preciado. Las plantas más hermosas en mi jardín son tragadas en el acto, o acribilladas a merced de las bestias, a esta altura horrorosas.

Tomo la katana firme, como mis maestros me han enseñado. Lanzo el grito de guerra para acabar con ellos en el acto, pero se me adelanta alguien. Es un hipopótamo, otra criatura en apariencia inocente. Ferozmente va acabando con cada uno de ellos. A nueve ha vencido sin dificultad. El décimo, gigante, muy crecido y vigoroso da gran batalla. Finalmente es hecho añicos por el hipopótamo rosado. Mis manos tiemblan y siento la impotencia de no haber podido pelear y probarme contras los osos, derrotar al hipopótamo es imposible. La realidad me rapta y voy de nuevo al lugar que me aleja tanto de mi centro.

Una naranja, ignorada por todos está tirada aparte de los demás frutos de aroma exquisito y de aspecto saludable. Dudo que alguien en su sano juicio quiera poner sus dientes sobre ella, pero me abalanzo y la tomo en mis manos. Nadie se da cuenta. La cuido, la riego, le hablo y le canto. Poco a poco va recuperando su estructura natural, su color y su jugoso relleno. Espero a que esté madura, su color naranjo-rosa me parece bien. Pienso en que podría crecer aún más, invierto más tiempo en cuidados y mimos. Cada día más brillante, es mi orgullo, si pude hacer eso con una fruta agonizante imagínense si las semillas hubiesen sido las correctas. La contemplo, no quiero morderla y arruinarla. La acaricio y parece sonreír, canta bellas tonadas de estilo campesino. Me pide más cariño y se lo otorgo, voy en busca de un cojín para sacarle una foto y quedarme con el momento accesible para siempre.

Cuando he vuelto ya no está, la busco, está lejos. Fuera de mis manos, reclama ser querida, pide más y más cosas. Sobretodo energía, la cual he perdido a fuerza de no dormir y estar junto a ella. Alguien la levanta, huele su olor. Pasa su mano lascivamente sobre su cáscara hermosa. A mi naranja le llaman la atención los brillos artificiales de los ropajes del personaje.
La acerca a su boca y da un mordisco grotesco que la deja cercenada. Pero ella lo disfruta y cree que le están haciendo un gran favor. Pide más , pide ser comida por ese cuerpo extraño. El extranjero avecindado en mi lugar sigue con su tarea.

Pasa el tiempo y sigo sin poder acercarme, hay alambradas alrededor, alguien las puso a conciencia para impedirme el paso solo a mí. No quiero seguir contemplando el espectáculo y salgo a caminar cantando una vieja canción. No sé la letra y tarareo el nombre que le había dado a mi naranja, a mi bella y exquisita fruta de la cual el extranjero no me permitió disfrutar.

Me olvido de ella estoy ocupado haciendo las cosas que había pospuesto, cuando la veo del otro lado de la alambrada destruida, despedazada. Un estado paupérrimo y aún peor al que tenía antes de que yo la tomase del suelo sucio en que se hallaba.

Nadie en la vecindad sabe del destino del extranjero. Un samurái que se cruza en mi camino me dice que acaba de asesinarlo, el código de honor es estricto. Caminamos, él sigue la dirección que yo llevaba. Cuando nos acercamos al cadáver del extranjero, el samurái me alerta. No conocía al extranjero ni el a mí, pero el nombre que el samurái me da lo he escuchado varias veces.

Los samuráis somos gente solitaria habituada a vivir en cubos con una o dos ventanas, nos damos la mano como hacen los caballeros y sigo mi senda.

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