René, en cambio, los mantenía siempre a la mano. Y además sus acervo de
ellos era enorme (tal vez había recogido los que Rafael extraviaba). Se llevaba
muy bien con ellos y los formaba de distintos modos, una nota aquí, otra notita
por allá, siempre dándoles aire fresco para que crecieran vigorosos.
Querían hacer una versión de esa canción que les regaló una abuelita
con casa de tejas y rejas blanquecinas, pero les faltaba algo. Dialogaban sobre
aquello cuando su paso fue interrumpido por un ancho pozo en medio del campo
abierto.
- Cuidado, hay un hoyo allí - Dijo René.
- ¡De veras!– Respondío en el acto Rafael, se agachó para lanzar un
grito hacia dentro de el y el eco le respondió innumerables veces.
- Parece ser profundo.
- Sí, pero me extraña que alguien hay cavado tanto. Si es por buscar
agua se habría dado cuenta de que no la iba a encontrar cuando llevaba la mitad
del trabajo.
- No necesariamente es una noria.
- Y si no es eso, ¿entonces qué?
- Un nido de un dinosaurio extinto.
- De Anacleto no es.
- Claro, además que vive en la ciudad.
- No creo que sea un nido de dinosaurio, si así fuese ¿Por qué no hay
huevos adentro?
- Por que quizá las crías ya están grandes, apártate que te pueden
comer.
- ¿A mí? No me va a comer ningún dinosaurio, por ningún motivo. No se
lo permitiré. Insisto, no es un nido de dinosaurio.
- Puede ser la entrada al centro de la Tierra.
- Entonces no está completa, no se ve el fuego del núcleo.
- Es verdad.
- Yo creo que es un pozo de los deseos, como esos de los cuentos de
hadas y princesas.
- Jajajajaja –Rió estentóreamente René, eso si que es imposible esas
cosas no existen. Has estado leyendo mucho últimamente amigo mío.
- ¿Por qué no van a existir?, ¿Tú crees que a la gente se les cumplen
los deseos por que sí?
Ese argumento dejó a René dubitativo, podría ser que los deseos de la
gente vieran la luz ya sea por que ellos lanzaron una moneda a un pozo, o
porque otra persona había lanzado una moneda por ellos sin los deseantes
saberlo. Eso podía explicar como para uno de sus cumpleaños recibió la
bicicleta que quería, en el color que quería.
- Mira, te concedo que puedes tener razón. En una de esas es un pozo de
deseos y alguien lo cavó acá sabiendo que más tarde pasaríamos, puede haber
sido un mago o un brujo.
- Entonces, para salir de duda comprobémoslo.
Rafael se agachó de nuevo, con escaso cuidado, intentando avistar si es
que efectivamente había fondo. No podría decirte, lector, cuantos acordes salieron
volando de sus bolsillos, pero si estoy seguro de que fue una cantidad
considerable. Unos cayeron cerca del agujero, otros quedaron atrapados en su
interior.
Se irguió nuevamente con un movimiento brusco y entusiasta, con la cara
llena de felicidad y esperanza.
- ¿Tienes una moneda? – Inquirió en el acto.
- Déjame revisar.
- Busca, busca que el pozo se puede cerrar.
- ¿Y qué vamos a pedir?
- Hay que pedir algo que nos sirva a los dos, tu pones la moneda y yo
pongo la fe.
- Yo no sé que pedir, tengo el amor de una mujer increíble, tengo un
techo donde dormir y comida no me falta.
- Hay algo que ambos necesitamos para ser mejores cantores…
- ¿Qué vendíra siendo?
- ¡Acordes! En todos tamaños y todos los colores, formas y texturas.
- Me parece buena idea, pero para asegurarnos los guardaré yo, tú no te
acuerdas de donde los dejaste.
- Está bien, pero no te preocupes, aunque se pierdan unos tantos aún
así tendremos muchos.
- La encontré.
René le pasó por su mano la moneda más lustrosa y bella que en la faz
de la Tierra había sido creada.
Con un gesto de asentimiento Rafael la acarició, la besó y le mostró el
pozo como diciéndole: Te lo agradecemos mucho.
Contó hasta tres y la lanzó al aire, donde dio muchas vueltas hasta
perderse de la vista de ambos. Mientras iba cayendo Rafael se tiró de panza al
suelo para seguirla con la mirada, imposible determinar la cifra exacta de
acordes que aplastó con su cuerpo.
Aguzó el oído pero luego de unos minutos recapacitó, el pozo era tan
profundo que no era imaginable escuchar el ruido del proyectil lanzado hacia el
fondo.
- ¿Vamos? – Preguntó René.
- ¡Vamos! – Respondió Rafael con seguridad. Cuando
lleguemos a mi casa nos ponemos a tocar, ahí te vas a dar cuenta de todos los
acordes que nos regalaron.
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