Todavía pensando en cual elegir caminó divagando
por el centro de la ciudad. A veces pensaba más de lo necesario y para su
infortunio hoy era uno de esos días.
Convivían en su mente varias cosas de manera
simultánea y a ello atribuía su tan marcado cansancio, lo que era verdad al
menos parcialmente. Las reales causas de su fatiga eran la extensa jornada
laboral que había tenido en adición de la caminata que, sin quererlo, tomó
mayores dimensiones de las que creyó en un principio.
Aún así continuaba viendo imágenes de potenciales
conversaciones, creando panoramas, escribiendo cuentos en su mente, siguiendo
alguna melodía y tratando de pulirla, recordando algún nombre… Pensando en ella
y castigándose por ser tan despreocupado.
No entendía bien que le sucedía a su respiración,
a su cuerpo, y sobre todo no quería darse cuenta de lo que estaba surgiendo en
su corazón (músculo que usaba rara vez para fines distintos a la mera
supervivencia a través de la irrigación sanguínea).
Comenzó a buscar el ideal, repasándolos todos en
su mente. Ninguno lograba convencerlo del todo y aunque intentaba encontrar
alguno de los que habían llamado su atención durante su dilatada vida de
lectura no daba lugar con el que ameritaba la situación presente.
Aunque no le agradaba la idea de tener que
preguntar a los dependientes de los locales, se vio forzado a hacerlo pues las
vitrinas presentaban solo ofertas de textos orientados a escolares, quienes
pronto entrarían a clases.
- Buenas tardes, ¿Algún libro de Kureishi?
- Perdón, ¿De quién?
- Hanif Kureishi.
- No lo ubico, déjeme ver…¿Cómo se escribe?
- K-U-R-E-I-S-H-I- Deletreo con ostensible
nerviosismo.
- No señor, no hay. Parece que nos llegan luego,
pero el importador ha tenido problemas.
- ¿Algo de Tabucchi?
- No me suena, ¿Cómo se escribe?
- T-A-B-U-C-C-H-I- Dijo con más soltura.
- ¿Está seguro?
- Totalmente.
- Parece que tampoco. Oiga, pero esos escritores
son super desconocidos.
- Bueno, ambos salieron en el diario del Domingo,
en un artículo del Textos y Artes.
- ¿En serio?
El calor estaba resultándole molesto y la
conversación también, sonrió con amabilidad y haciendo un gesto irónico se
despidió.
- Muchas gracias por todo, seguiré buscando.
Nunca le resultó agradable dirigirse a personas
que dedicaban su vida a algo y no ponían toda su pasión en ello, para él era de
rigor mostrar al menos algo de deferencia con los potenciales clientes además
de estar informado respecto al producto a vender.
Recordó a la joven que lo atendió cuando quiso
comprar una Parker 45 para su padre y como derramó la tinta sobre sí misma al
tratar de demostrarle que podía efectuar el proceso cualquier persona. También
ó el día en que consultó en una tienda por un disco de algún concierto de
viola, su instrumento favorito y en el que se desempeña de mejor manera. La
respuesta fue una pregunta:
-¿De qué país es ese cantante?
En su perspectiva era imprescindible buscar el
saber, investigar cada día, aprender idiomas; en fin, dejar que el mundo lo
inundase.
A menudo solía obsesionarse, le sucedía con
muchas cosas y no era la excepción el que pasara con las mujeres. De hecho, ese
era el motivo de que estuviese caminando por un barrio que no visitaba hacía
tiempo.
Era difícil para él no enfadarse viendo la poca
especialización de los vendedores, su falta de cultura, su habilidad para
mentir y el nulo interés en satisfacer al consumidor. Sentía que más que
atenderlo lo miraban como un limosnero, un pordiosero desagradable que pedía
demasiado.
Pero tenía que encontrar algo, esa gema que
despertase su atención. Había leído miles de ellos, pero no encontraba uno que
fuese bueno en la medida que ella merecía y que lograra impactarla del mismo
modo y con similar efecto que el la fémina le producía. Y es que había que
cumplir muchos requisitos, debía ser una historia potente, que hiciera pensar a
la vez que la entretuviese, que le demostrase que se interesaba en ella sin ser
demasiado comprometedor, que le mostrara la sensibilidad que sabía poseía aunque
no se la había podido transmitir. Eso y otras tantas cosas.
Su escasa habilidad con las palabras le llevaba a
pensar que con un libro podría expresar ideas que no sabía como traspasarle. La
conocía hace poco, pero la mujer le causaba asombro en cada instante.
Caló hondo el cigarrillo, éste le respondió con
su última fiel y grandiosa humareda antes de quemarse por completo. Sintió el
relajo en su cuerpo, pero no cedería ante el sueño y se lo decía a sí mismo
como una orden.
Había ya preguntado en unos treinta locales,
había recorrido más de cincuenta cuadras y ojeado (y hojeado) unos doscientos
libros. Algunos mal tratados, otros de ediciones muy malas, muchos demasiado
caros, unos pocos interesantes, ninguno digno de estar en manos tan delicadas y
bellas como las de aquella mujer.
Y al fin lo encontró, era la historia de un joven
que es ayudado por una mujer mayor luego de tener un problema en un tren o algo
así. No lo recordaba bien, lo había leído lejos de casa y en un idioma ajeno.
Se ayudó, entonces, de la contratapa para reconstruir la trama.
Era bueno, eso al menos se decía él. Quizá el
adjetivo no era el mejor, más que ser bueno se ajustaba a los estrictos
criterios que manejaba en ese momento.
Lo compró sin titubear, lo envolvió y lo depositó
en su bolso.
Prendió otro cigarro a un
par de cuadras de llegar a su casa. Pensaba en el futuro que veía menos
distante, el que tendría inicio el Viernes cuando la viese; quizás, por última
vez.
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