El cuaderno rojo no aparecía, el cuaderno rojo de Javier no estaba en
ningún lado. Las normas internas exigían catastrar todo y dejar las
pertenencias de los pecientes en lugar seguro y accesible; con mayor razón en
casos como el de él, en los que la reclusión era temporal y voluntaria.
Era el más importante de los tres que tenía, era el más preciado pues
tenía las vivencias más importantes que había experimentado en el proceso. No
era ni el primero, ni tampoco sería el último; pero era el más querido. Las cosas
que allí había registrado eran las más lúcidas y decidoras de su vida.
Como no, había conocido la genialidad de multitud de mentes que estaban
allí en nivel de casi inconsciencia o fugados de la realidad por enfermedad,
catástrofe o elección propia. Realmente el concepto de normalidad era bastante
distinto al que existía en la realidad que el resto del mundo y la sociedad, en
general conocían.
Ahora perder ese cuaderno, bajo el motivo que fuese, sería una gran
pérdida. Ante las explicaciones vagas del personal médico sentía que le robaban
parte de su pasado, que le extirpaban un brazo o una pierna. Los días estaban
borrosos y a través de sus escritos lograba dar forma a los eventos más
heterogéneos que puedan pensarse.
Hubo momentos hermosos que sabía no serían fáciles de almacenar en su
memoria. Frases creadas por mentes delirantes y dotadas de una centelleante
creatividad. Maneras de ver las cosas desde prismas diversos e insólitos. Desde
que llegó al lugar a Javier le encantó aquello. Aunque muchas personas le
comentaban que los pacientes eran todos locos, e inclusive ellos mismos lo
dijeran más de alguna vez; les apreciaba, les quería, y tenía toda intención de
ayudarles en lo que pudiera. Pero empezó a perder el rumbo a fuerza de ayudar y
no ayudarse. Por ello tomó la iniciativa de transcribir cuanto pudiese.
Alí relataba como aprendió a pintar, como conoció y se dio un baño en
las raíces del jazz, las mil y una maneras en que logró reencontrarle el
sentido de la vida allí también permanecían.
Quizá se fueran de momento a otro, los hechos siempre son
distorsionables y la memoria es muy frágil. Los detalles son de difícil
retención, aún más si se han recibido grandes dosis y sedantes. Su
investigación podía pender de un hilo de no recuperar el tomo central. Por lo
demás, quien viera ese triste y manchado objeto, ajado no le tomaría el peso
que internamente tenía. Suele pasar.
Debió haber sido más precavido, sabía lo apreciado que era pàra sí el
cuaderno, tenía clarísima su importancia. Pero lo descuidó, lo entregó a manos
ajenas para que cuidaran de él. Cedió su importante contenido a sujetos que le
miraban por sobre el hombro.
La enfermera confirmaba: - Señor, su cuaderno fue retirado por alguien
más. No hay registro de quien fue, pero es una mujer que dijo ser su pariente.
No hubo reacción de su parte, no sabía en realidad como reaccionar.
Tomó el resto de sus cosas y se fue pensando en que había perdido gran parte de
su vida, en que el mismo se había privado por culpa de su inocencia de
fragmentos bellísimos que nunca volverían. Que le faltó cuidado y precaución.
Eso sí, todo ser humano aprende y Javier de ahora en adelante, pondría
más atención a las propias obras. No despreciaría su legado y pensó: -Hay que
escribir una novela con lo que había en el libro antes que lo olvide.
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