Cuando llegué al lugar no los vi, estaba pendiente de lo que había ido
a ver y que estaba por comenzar. Si hubiese sabido de su presencia no me
hubiera acercado por ningún motivo, pero uno de los osos se sentó a mi lado y
me ofreció un brebaje oscuro. En la penumbra le dije que no. Lanzó un discurso
amable y convincente que parecía tan amistoso y a la vez no comprometedor que
me acerqué a la manada que se encontraba en un rincón. El oso mayor se fue a
cazar a otro sitio dejándome allí, a la rápida podía ser avistado como un oso
más, pero no lo soy ni me interesa en lo más mínimo serlo.
La osa, bastante despeinada, y con gran incomodidad esbozó un saludo
tratando de fingir cordialidad. Nada especial, a ambos nos distría lo que
queríamos ver en el lugar y como no hubo ningún tipo de silencio tampoco nos
hablamos.
Pasó mucho rato y noté que los osos evitaban mi mirada, las crías
incluidas. No quería estar allí sentado rústicamente, estaba incómodo y me
sentía en un lugar ajeno. ¿Qué quieren los osos de mí?
Lo que quería ver de un principio fue emocionante y me llenó de
alegría, era muy bueno. No paré de reir y sorprenderme en casi una hora y
media. Pero de vez en cuando me acordaba de los osos que me estaban cercanos,
los osos no me gustan, los osos no me agradan y sé que algo ocultan.
Sus sonrisas las percibo falsas, su amabilidas la recibo como una
pantalla para eludir lo ineludible. Preguntan cosas sin esperar la respuesta, pues
no les importa en lo absoluto. Parecen suaves, sedosos y tiernos, pero en realidad nada de eso tiene parangón
en la realidad. Quieren hacerle ver a aquellos que no son osos de que son
felices, pero he comprobado que no lo son.
No soy oso ni quiero serlo, solo necesito que salgan de mi espacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario