- Quisiera en estos momentos tener una pistola.
Lanzó la declaración al aire, con tono distraído y total soltura.
Mientras hilvanaba su discurso su compañero miraba a unas mujeres de buen ver
que le sonreían en la esquina.
- Cualquiera, da lo mismo el calibre, si es nueva, si es usada. Si está
o no inscrita, me da igual.
Prosiguió dando detalles a su interlocutor, que escuchaba con la misma
naturalidad con la que él lanzaba sus palabras.
- Eso sí, que soporte hartos tiros y que sea liviana. No me gustaría
dañarme las manos disparando.
Los ojos le comenzaron a brillar y un aire de enfado se hacía entrever
en su prosodia. Los ademanes se hacían más enérgicos y vivaces.
- Y les haría así…
Hizo el gesto de apuntar con seguridad, ambas manos puestas en la
pistola imaginaria y tan solo un ojo abierto y observando la mirilla. Se tomó
su tiempo y hasta imitó el sonido de la bala surcando el aire.
- Claro que tendría que comprarme ropa especial, de esa negra como la
que se ve en las películas de asaltos.
Se miró el cuerpo, seguramente pensando en que talla le convendría más,
y reparó en que estaba especialmente gordo y fofo.
Ya llevaba un buen tramo de la caminata hablando del asunto, estaba
algo obsesionado con todo lo que a armas de fuego refiriése. Había adquirido un
nuevo hobbie que consistía en armar y pintar tanques de guerra soviéticos, sus
nuevas amistades le habían aleccionado muy bien en las armas de fuego. Y habría
que entrenar bastante para mejorar el estado físico y la agilidad.
Finalmente su compañero de ruta, que había permanecido callado hasta
ese instante, decidió hablar. Arrojó la colilla de cigarro al suelo y con
paciencia la pisó.
- ¿Para qué la pistola?
- Para asaltar un banco.
- No me parece lógico.
- Pero si está clarito, me consigo una pistola y asalto un banco.
Cualquiera, todos tienen plata.
- Mejor compra un banco entonces.
- ¿Por qué?
- Con una pistola puedes robar un banco, pero con un banco puedes
robarle a todo mundo.
- …Es lógico…
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