miércoles, 17 de octubre de 2012

Escondidas


- Me pregunto donde se habrá metido esta mujer – Repetía incesantemente Javier mientras hurgaba dentro de los muebles, debajo de las camas y revolvía todo cuanto existía a su paso en el pequeño cuarto que había alquilado para escribir. Los manuscritos desparramados, las décimas fraccionadas por todo lugar. Las acuarelas se mancharon al tocar el suelo, pulcros trabajos perdidos.
- Esto es pan de cada día, Marta…¡¡¡¡¡Marta!!!!! Sólo el silenció le respondía proyectando su propia voz hacia los cuatro vientos y cerca de las cuatro de la mañana en un cuarto piso a cuatro cuadras del centro perfecto de la ciudad.
- Aparece ahora mismo, ¡¡¡te lo ordeno!!! Gritó con un ímpetu que hasta a él mismo dio un miedo aterrador.
Pero Marta no iba a aparecer, Javier estaba sano como siempre lo había estado. Desde el punto de vista médico, humano y social. Nunca había estado enfermo como creía, o le quisieron hacer creer. Solamente era una mente creativa encerrada en sus miedos. Le faltaba energía para dar el paso de responsabilizarse de su destino y, ciertamente, nadie había visto a Marta jamás. Las ilusiones son privadas y por tanto no pueden ser juzgadas desde el exterior. Javier no pasaba de ser un tipo solitario y que tenía muchas dudas con respecto a sus capacidades. Ficción o no, Marta era un recurso que le ayudaba a poner los pies en tierra.
- Me estoy volviendo chiflado, mega chiflado, ultra chiflado.- Reiteraba y enfatizaba como hace la gente de su estirpe.
La sola idea de tener que enfrentar las responsabilidades de la vida lo paralizaba. Pero entonces, algo sucedió.
Pasaron los días y Marta jamás volvió, Javier la había buscado en los cojines, en las tuberías, en las paredes, destrozando toda la estructura del departamento cuando cayó en cuenta de que debía reparar todo para que el lugar fuese habitable. Invirtió tiempo y esmero en restaurar el lugar y lo hizo de manera brillante. De hecho, el pequeño estudio jamás se había visto tan hermoso. Luego empezó a fijarse en los detalles en un esfuerzo por darse la vida que merecía. Las luces eran más brillantes, los colores que escogió para pintar los muros eran alegres y llamaban a la actividad.
Así pasaron muchos días, meses, años. Javier había vuelto a la normalidad y se había recuperado de los traumas que le aquejaban. Marta había sido un catalizador para este proceso, un emoliente crítico para superarse y salir de las profundidades en que había estado.
Marta fue extinguiéndose en su imaginario. Era ya difícil que volviera a ver su traje de ritual marroquí, su cabellera pelirroja, el tatuaje verde en forma de estrella y las katanas hechas a mano. La mayoría de edad mental para Javier ya había sido superada.

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