martes, 31 de enero de 2012

Marta


Y era así a veces, de súbito. Javier se encontraba tranquilo y feliz por estar terminando una tarea que en primera instancia le había parecido maratónica. En el lugar de la vida en que estaba aún tenía muchos miedos y ello le hacía subestimar sus habilidades. Sin embargo, era sin duda uno de los grandes hombres de su generación.
Es lo que les pasa a aquéllos que están a poca distancia de la genialidad, el mundo y sus cercanos les enrostran tan a menudo que son seres especiales; casi divinos, que terminan teniendo un respeto angustiante a sus capacidades o bien, les tratan como bichos raros por poseer en exceso sensibilidad. El caso de Javier no era distinto y, tomando en cuenta que sus habilidades sociales eran escasas, pasaba entre cuatro paredes casi la totalidad del día.
Sin embargo, estaba poco a poco cambiando, superándose tal vez. Sus dudas comenzaban cuando percibía que lo seguían tratando como al de antes. Si bien no había cercenado sus temores de su mente, ya podía convivir con ellos.
El proceso iba bien, hasta que Marta se hizo presente. No había sucedido desde un buen tiempo.

- Javier, ¿la pasaste bien sin mí? Preguntó ella.
- ¡Marta! – Javier se agitó. Trato de encerrarse en el baño, pero ella fue más rápida.
- Tranquilo, estoy aquí para ayudar. ¿sigues igual de necio?
- Es que te había casi olvidado, no pensé que volverías y yo no te he llamado.
- Sí lo hiciste, no te hagas. – Con seguridad Marta se sentó en una silla que Javier, sin darse cuenta, había dejado en un lugar poco habitual.
-  Bueno, supongo que no tengo que llevarte la contraria. Las discusiones contigo son eternas.
- Una pregunta, nada más una: ¿quién soy? – Lanzó Marta al aire la cuestión con actitud distraída.
- Marta.
- Ufff…Esfuérzate un poco, ¿quieres?
- Marta… No entiendo que quieres que diga. – Javier se asustaba y se iba por las ramas cuando no sabía esbozar una respuesta cortés y precisa a un tema. La sola idea de que la conversación se agitara le ponía defensivo.
- No importa lo que yo quiero que digas, di lo que se te venga a la cabeza. De todo lo simple haces algo doloroso y sin fin. Despierta, vamos. Tú puedes.
- Creo saber la respuesta, pero no quiero reconocerla. Eres la idealización de mujer que quiero para mi vida.
- Ahora ya estamos hablando, estoy sorprendida de lo rápido que fuiste esta vez. Sin rodeos y además totalmente correcto.
- Si querías preguntar eso, ya está. Gracias por venir, pero estoy ocupado y …

Marta le interrumpió en el acto.
- Javier, esto solo es una referencia sencilla para empezar a conversar. Este tema es delicado.
- Bueno, entonces expláyate de una vez. – Javier era reacio a los consejos, prefería muchas veces darle alimento a su orgullo antes que reconocer sus errores.
- Calma, ese tono no es bueno. Además te sube la presión. Mi punto es que andas por ahí tratando a las mujeres como crees que me gustaría a mí ser tratada. Nuestra relación es muy distinta a las comunes, a las que podrías tener con cualquier mujer.
- Eso está bastante claro. Nadie en sus cabales se aparece en la casa de otro a la hora que se le antoje. – Javier presentía hacia donde iba el diálogo y, de manera contumaz, quería darle otra dirección.
- Javierito, Javierito de mi corazón. Las mujeres necesitamos cariño, pero no en exceso. Necesitamos cuidados, pero solo los suficientes. Es bueno que nos den libertad, pero sin que se traduzca en descuido.  Nos gusta que nos quieran, que nos mimen, que nos toquen y sentir a nuestras parejas cerca muy a menudo. Aunque mi caso es radicalmente diferente a causa de que el factor tiempo no me preocupa, si hay cosas en común con las terrícolas que puedes encontrar en una esquina.
- Déjame asimilar lo que dices. – Javier desplegaba ante estas cosas la lógica, método que dista diametralmente de la estrategia a usar cuando de sentimientos se trata.
- Hombre, no sea lineal. Sienta, perciba, palpe, saboree, deje que los sentidos lo inunden. Recuerda que el inconsciente a veces quiere dar un paseo y el consciente que  tienes no es muy permisivo.
- ¿Desde cuándo te hiciste terapeuta? Marta, estoy bien solo aquí.
- Saca lo que llevas dentro, sin tapujos, sin seriedades. No he logrado conocerte del todo, y eso que soy parte de ti. Soy tu inconsciente, ¿no lo ves? El psicólogo eres tú, yo no tengo idea quien soy pues tu me cambias seguido. Haces cosas tan distintas y eres tan establemente impredecible que me cuesta llevarte el ritmo. ¿No has pensado en la reacción que causas a los demás?
- No tengo ganas de pensar ahora.

 Marta miró con estupefacción, Javier hablaba con sinceridad y le encantaba analizar y elucubrar sobre teorías para poder tener todo bajo su control. Por vez primera había dado una respuesta tan transparente.

- Nuevamente me sorprendes, en realidad no tenemos límites cuando nos entendemos.
- Marta, te quiero mucho. Pero, no quiero quedarme a ver como te irás.
- ¿Lo veías venir?
- Lo sentía hace mucho, necesito estar solo y tú estás invadiendo mi espacio y haciendo cosas que sabes me hacen mal.
- ¿Realmente quieres estar solo?
- Debo estar solo.
- Es hora de comprobarlo.

Marta desapareció, se fue por muchos días y Javier empezó a acostumbrarse a estar en serio sólo, hasta ese día nunca lo había estado. Aunque estuviese rodeado de personas comunes y corrientes su atención estaba puesta en ella, quien aparecía y desaparecía de acuerdo a como le venía en gana tanto en su vigilia como en sus sueños
Y se distanciaron, quizá nunca más se verían. Quizá era hasta sano dejar de verla para siempre, aunque había una importante posibilidad de que ella, con su ímpetu y energía desbordantes, brotara ante sus ojos con una katana, un quipu, una whipala, un dulcimer o algún tatuaje no advertido por él. Era parte de su imaginario y, por tanto, sensible y adaptable a sus propias vivencias.
Ya no la necesitaba, ya no la precisaba pues su alma estaba calma y pura.
Finalmente se empezó a sublimar toda esa energía creativa.
Javier se transformó en un genio, pero eso da para otra historia.



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