domingo, 1 de enero de 2012

Tinguiririca

Y así fue, de repente se vio sentado en la parte trasera del compacto Peugeot que avanzaba raudo por la carretera. La misión de hoy era ir a buscar a su tía al sur, le encantaba la idea ya que hacía muchos años que no iba a las lejanas tierras de Tinguiririca, donde había estado gran parte de su infancia.
Mientras comenzaba a dormitar las imágenes de esa época se paseaban ante sus ojos cansados. Oía, olía, sentía todo detalle que su memoria había registrado tanto tiempo atrás.
A ratos despertaba, su sobrina quería jugar y conversar en el auto y usaba las más diversas estrategias para mantenerlo entretenido.
- Toma un dulce, te quiero!- Dijo la pequeña que lo miraba con una cara muy simpática. Tenían una relación muy cercana.
Siguió recordando a medida que avanzaban en el camino. El viento entraba con fuerza a través de las ventanas del automóvil, lo podía percibir en su pelo que el aire despeinaba.
Finalmente llegaron. La casa estaba igual, de otro color quizá, con el pasto algo crecido, pero en suma solo eran detalles los que la distanciaban de cómo la había visto por última vez.
Miró todo lo que alrededor se encontraba, hasta la línea misma del horizonte y las ganas de entrar se incrementaron enormemente. Los tíos, no de línea directa en sangre pero si en cariño, lo miraron con gran sorpresa.
- Pase, pase. Déjeme abrazarlo.- Dijo algún otro.
- Ud. Ya es un hombre, y yo tan chico que lo vi.- Dijo otro.
- Tan buen mozo que se ha puesto.- Dijo una.
Le invitaron a sentarse, le tendieron un vaso de bebida y la conversación comenzó. Las anécdotas iban y venían sin cesar, las risas, las carcajadas y la alegría también. Los primos ya eran adultos, inclusive padres.
Siguió el almuerzo y el departir no cesaba.
De repente los chicos plantearon la idea de ir a jugar a la pelota en la cancha de al frente. Rafael no recordaba ninguna cancha, pero se sumo inmediatamente al proyecto de los niños.

Elegir capitanes, arco y con que balón jugar. El ritual típico para estos eventos fue bastante corto,
Rafael recordó a los primos corriendo por allí, por allá. A sus tíos y sus papás enfrentándose en un magno encuentro deportivo. Podía oler la leña del horno de barro donde entonces se fabricaba el más rico pan amasado del mundo, mismo que permanecía en el lugar, pero ahora cumpliendo la función de parrilla para asados.
El mini estacionado, el pequeño auto que su papá tenía y que a él tanto le gustaba. Tenía la impresión de verlo allí a la entrada del estadio.
El primer puntapié al balón y continuaban las rememoraciones llegando, se empezó a inflar su pecho que se llenaba con la niñez añorada. Las tensiones y las penas se disiparon,  era un flujo de energía incontenible.
Terminado el match se sacó deprisa las zapatillas y metió los pies en el canal situado en las afueras de la casa y dejó que la textura del agua le invadiera.
La brisa, el olor a pasto, perder el miedo a la tierra y ensuciarse, olvidarse de las alergias, comer fruta fresca, jugar a la pallalla (Sólo por mencionar algunas).
La vida es eso, no perder el gusto de las cosas simples.

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