miércoles, 25 de enero de 2012

El mar

El sextante estropeado, la brújula descompuesta, el timón destrozado y el sol girando en todas direcciones. La geografía se transforma en un accesorio soso e inclusive inane cuando la historia, cuento o mito a contar refiere a sensaciones. Los aromas, los colores, las texturas y todo cuanto los sentido pueden acopiar va dando forma a lo que más tarde denominamos experiencia.
Podría haber sido este lugar, así como cualquier otro. Pero las causalidades (la casualidad es una triste alegoría con que la gente que no conoce la ciencia denomina al azar) te ponen frente a ciertos estímulos que debes enfrentar sólo si estás preparado para afrontar el creciemiento de tu espíritu.
Un violín que llega a tus manos, un par de mujeres que golpean tu puerta, el sentir amor, el ir a un curso de una rama que te encanta y que te había sido esquiva, hacer música en una comparsa nortina, respirar hondo y meterle herramienta a la madera, estudiar una carrera y no otra. Puedo mencionar un vasto cúmulo de hechos, que en realidad se gestaron en otros hechos. Colón no descubrió América por que sí, quería descubrir nuevas rutas y para eso necesitaba barcos y para eso necesitaba dinero y para eso necesitaba un mecenas y para eso habló con Isabel la Católica y para eso…
La vida es decidir, tomar caminos que no sabes donde acaban, pues nunca acaban, pero que te garanticen llegar a un mejor puerto, mientras no sea el Puerto de Palos. La idea es ir lo más lejos que te permitan las naves, las provisiones y la tripulación. A veces haces escalas y hay personas que te dan algo de combustible, un puchero o alguna menudencia con que rellenar la panza. Haces una pausa y continúas.
Lo difícil a esta altura es descubrir América, los lugares a los que llego casi siempre han sido visitados por otros antes. En algunas instancias por muchos navegantes y otras veces por solamente unos pocos, pero avesados en el arte de hacerse a la mar.
Cuando caigo en un puerto muchas personas piensan que será el último y que lanzaré el ancla allí, mas nunca ha sucedido. Quiero conocer todos los puertos, necesito ir de isla en isla, es preciso recorrer todos los continentes. Es mi forma de navegar y reconozco que requiere más energía y un sentido de orientación agudo, pero es obvio que lo tengo. El capitán del barco soy yo, no me interesa en demasía lo que piensen los personajes que están en tierra pues su cobardía los hace estar en suelo sólido.
He recorrido mil mares, conocido los siete cambios de la noche, tocado cuarenta y ocho puntos cardinales, cantado mil ochocientas setenta y nueve décimas, leído mil doscientos treinta y cinco libros y el buque sigue moviéndose raudo. A esta velocidad no es raro perder tripulación, suelen ser más un obstáculo que una ayuda. He decidido morir navegando.

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