Una máquina perfectamente sincronizada me revienta los tímpanos. Su
ritmo es perfecto y los vapores que me saca del cerebro son su combustible en
mis adolescentes noches. Su metálica presencia llena mi cuarto hasta que la luz
penetra por la ventana. Desinteresada está siempre allí, destrozando mi cabeza
y llenándola de basura en ocasiones, de gemas y joyas preciosas la mayor parte
de las veces. Aunque la guía el azar, siempre mantiene su equilibrio. Me pone
los pelos de punta cuando lanza su gemidos robóticos. El chirriar de sus
engranes me conmueve hasta la última célula. Está allí, eternamente. Lo estará
quien sabe cuantos años más, pues a pesar de ser un mecanismo simple es y será
el más efectivo. Sigue así, preciosa, dale alegría al mundo.
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