jueves, 11 de abril de 2013

Placer oculto


Tengo un secreto que he guardado bajo siete llaves, es algo que me atormenta desde que tenía unos doce o quizá trece años. Tal vez sea un vicio, quizá algún tipo de lujuria reprimida de hace años.
Salgo a las calles en busca de algún objetivo, mi paso es errante y dudo, me torturo a mí mismo por llegar hasta este punto. Incluso he llegado a parar a lugares donde muy pocos entrarían a efectuar tal tipo de faena. En mis primeros escarceos en el área me contentaba con cualquiera, claro, siempre y cuando cumpliera mi requisito primario: que nadie le hubiese puesto mano encima jamás. No me fijaba mucho en los detalles, pagaba el precio sin regatear, hacía lo que había que hacer y me iba con algo de sentimiento de culpa. Culpa falsa al fin y al cabo, pues el placer que recorría mi cuerpo era de dimensiones colosales, un dantesco mar que me levantaba sobre sus olas lacerantes, un shock eléctrico que recorre desde las puntas de los pies y sigue por ambas piernas (siempre a más velocidad por la derecha) sube a tu estómago y te hace sentir fuegos artificales en su interior; esa pólvora indómita chisporroteando en busca de destino. 
Por último tu cabeza se divide en el exacto número que hay de estrellas en la bóveda celeste, rayos infinitos van fugazmente y vuelven por el mismo camino.
El cosquilleo continúa unos cuantos segundos, después de aquello se desvanece como si se tratara de brasas en una fogata apagada por la lluvia.
Leí muchos libros en busca de algún caso similar al mío, la teoría está en pañales con respecto a esto. Se ha investigado en exceso sobre todo tipo de psicopatías y han dejado fuera a la más simple de todas. Si algún psiquiatra quisiera levantar un perfil para describirnos con gusto le ayudaría. Puedo asegurar que no soy el único caso, he encontrado varios sujetos que comparten mis características. He intentado intercambiar ideas, datos, y como no, contactos con los que logrado encontrarme. Pero huyen despavoridos al percibir que han sido desenmascarados.
Yo en realidad estoy del todo lúcido en que esto es en el mejor de los casos una enfermedad psicólogica. No obstante, mi fuerza de voluntad resulta exangüe cuando de controlarlo se trata. He intentado por muchos medios de luchar contra ello, de ocultarlo, de reemplazarlo por algún otro tipo de actividad. Todo intento es infructuoso y, por lo demás, frustrante en grado sumo.
Mi familia ni siquiera da luces de por que desaparezco los fines de semana, las excusas relativas al trabajo funcionan como una máquina bien aceitada. Muevo un engranaje y los mecanismos muestran fruto, nadie me ha visto, de eso estoy seguro. Si alguien llegara a enterarse y a saber de las altas cifras en dinero efectivo que invierto en mis placeres, poco faltaría para declarar la tercera guerra mundial.
Pero tampoco es para que me juzguen severamente. ¿Quien podría resistir esas pieles pulcras, ese blanco absoluto, esa inocencia sin mácula que poseen? Nadie, bueno, muy pocos. No dudo de que existan aún personas estoicas que consideren esto una aberración o bien gazmoños ajenos a cualquier tipo de placer; aguafiestas sobran.
Deslizar una mano sobre ígnotas locaciones, tener el prestigio y privilegio de hacer algo que nunca nadie podrá realizar y además poder guardarlo como una vivencia privada.
Aunque disfruto mucho de ello últimamente el período de placer puro a experimentar va disminuyendo gradualmente, para soportar una semana normal debo de hacerlo un mínimo de tres o cuatro veces. Obviamente, juego de probabilidades y estadística básica; entre más se hace más posibilidades hay de que te atrapen y te ridiculicen, que se burlen de ti y te denosten por tu comportamiento.
Claro, habiendo tanta manía por ahí yo solamente me conformo con comprar un libro nuevo, abrirlo y leerlo. No puedo leer uno por el que ojos ya se hayan posado, es una obsesión romper la bolsa que los envuelve, oler su aroma a tinta y papel húmedo, sentir la textura de las hojas nuevas y el aire en mi cara producto del revolotear de sus hojas. Todos tenemos un placer oculto, este el mío. ¿Cuál es el tuyo?

2 comentarios:

  1. Increíble, te lo dije hoy, increíble...increíble...increíble

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  2. Primera vez en la vida que alguien me motiva a escribir tanto. Elisa, solo tengo una cosa que decirte: Gracias!

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