lunes, 29 de abril de 2013

Amor por la poesía


No solía para nada disfrutar de este tipo de charlas, en general aburridas y donde la mayor parte de los espectadores más que a aprender, concurre a ver como otros intentan lucirse.
Y empezó mal.
Tomó todo el tiempo del mundo para elegir estratégicamente cual sería el sitio del anfiteatro donde estuviera menos cómodo, viera menos y el sonido fuese lo más paupérrimo posible. En su mente pensaba que si así lo hacía, por lógica, nadie escogería un puesto cercano.
Pero llegó un muchacho, de unos veinte años. Para él un niño, y se sentó a su lado, no sin antes dejar caer una decena de libros con los que venía haciendo equilibrio desde la entrada.
- Permiso, Señor – Dijo esto y dejó caer un libro en las piernas de Javier, que se sobaba la región cercana al entrecejo con gesto de pasmo.
- Toma, tu libro – Y alargó la mano para devolverle el proyectil autografiado.
La sala ni siquiera estaba a la mitad y el exasperante chiquillo había elegido ese bendito lugar para depositar su cuerpo.
Había una anciana de mal gesto un par de hileras más adelante, que tosía y tosía, casi como un tic. Javier pensaba que lo hacía solo por llamar la atención. Tosía y se quedaba mirando a alguien, en cuanto hacía contacto visual aumentaba el ruido en su toser.
Tomó un papel que llevaba en el bolsillo, acumuló saliva e hizo una bolita sólida que amasó por un buen rato. Respiró profundo y la lanzó a la vetusta mujer. El proyecto fue un éxito, luego de darle en plena cabeza, no se oyó ninguna tos más.
Los diez minutos de espera, eternos para Javier, le habían irritado.

Finalmente la exponente se hizo parte del escenario.
Comenzó a hablar de estructuras poéticas. El octosílabo empezó a desfilar por todos lo contornos de la sala.
“Es el verso por excelencia de la poesía tradicional española…”. Las metalepsis de Javier se empezaron a dilatar.
“…El que mejor se adapta a las exigencias fónicas de nuestro lenguaje….”. Javier, poco preocupado por las exigencias fónicas del español, empezó a pensar en sus propios mester de juglaría. La mujer le resultaba en extremo proparoxítona.
“…Apareciendo con frecuencia en los hemistiquios de los cantares de gesta…” Javier miraba con gran atención los hemistiquios de la mujer, esas curvas pronunciadas y esos iluminismos generosos entregados a un vaivén rítmico enfatizado por los marcados movimientos de la fémina al dirigirse a la sinalefa.
“…Su acento es generalmente trocaico, con énfasis en…”. Quería mostrarle su acento a ella, y a la vez sobajearle la tilde. Después enfatizarla en cualquier lugar a la vez que le entonaba un cantar de gesta.
“…Con gran acierto y en manera prolífera por la generación del 27…” Y él quería ser prolífero con ella, la trataría en la forma más prolífera que posible le fuera. Y 27 veces serían pocas para consumar su Romancero y su cariño, una hermosa aventura dactílica con todas sus letras. 
Sólo pensaba en su anacrusis, hermosa y nutrida y en esos panegíricos turgentes y casi de divinidad fractal. Qué metrica…Qué métrica más excitante!!! Y las onomatopeyas, ufff….nada que decir.
Quien pudiera besar esos trocaicos mozárabes, quien pudiera aplicar la oratoria forense en ese esbelto neologismo. Casi no podía refrenar esos impulsos de pasar la lengua por sobre su oximorón.
Pero lo que más le excitaba era la muwasaha, nunca había visto otra igual a esa, sublime en grado sumo. Además tenía unas ganas irrefrenables de pellizcarle la morisca, que se notaba desde lejos trabajada y musculosa.
Javier empezó a amar la poesía.

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