El edificio era enorme, decorado con un bruñido marfil en tonos
rosáceos y con el típico marteleado neoclásico. Fue una casualidad el que pasara por allí con mi acompañante, ni
siquiera me di cuenta de que tomé la ruta que otrora recorrí tantas veces.
Fue recordar e impactarme haciéndolo. Fue rememorar momentos únicos e
increíbles que parecían estar en una lejanía suprema. Es más, yo sabía que
muchas de las cosas que imaginaba las había hecho otro, no yo. No mi yo actual.
Le pedí a mi compañera que son sentáramos un rato, así lo hicimos y me
quedé observando a la gente que entraba y salía. Las dinámicas no se habían
perturbado en lo más mínimo. El sitio y su contenido estaban casi igual.
Seguía recordando, y mezclando aquéllo con el presente, con lo que
ahora veía. No podía visualizarme ni de forma virtual en un terno o un ambo.
¿Ponerme corbata? Jamás.
Eran otros tiempos, distintos y distantes de estos. Más allá de añorar
o no estados pasados de mi vida, me hice consciente (consapevole, vino a mi
cabeza la palabra) de que el cambio está presente en todas las aristas de la
vida.
Hice un esfuerzo y llegaron hasta mí los hábitos, las costumbres, los
gustos, las aficiones, los amores y tanta otra cosa de esa época, que sin serlo
en lo temporal, estaban absolutamente remotos en lo psicólogico. "¿Y qué si eso era
lo mío?, ¿Estaré haciendo lo correcto hoy?"
Pensé y pensé, medité, recordé y por razones naturales fatigué a mi
cerebro.
Abrí los ojos de súbito.
Carla me dice: - Tes ves extraño, algo le
pasó a tu mirada.
Respondo sin pensarlo mucho: - Esta es la mirada de un hombre
exitoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario