Dormir, que había sido el placer más exquisito del que había disfrutado
en su juventud, le resultaba imposible. Imágenes tórridas, universos sin lógica
ninguna, melodías fúnebres y siniestras que se quedaban en la mente horas luego
de despertar. Si bien el no descansar le había desgastado mente y cuerpo, y a
pesar de que lo tenía más que claro, sentía un enorme susto a quedarse dormido.
Ninjas, samuráis, mimos, druidas y otros tantos personajes de su imaginario
onírico le atacaban en hordas incontrolables. Zombies por aquí y por allá, un
tal Roldán que el aconsejaba y seguía enseñando cosas aún cuando hace meses no
se vieran; se aparecía en cualquier momento, se sentaba en una roca a afinar y
le enseñaba un toquío.
La traicionera también hacía el rol protagónico de vez en cuando,
aunque conscientemente sabía que no estaba en el país. La reacción de ver la
imagen en momentos lejanos a la vigilia era corporalmente horrible, de sumo
tensa y hostil. Todos los amigos, parientes y personajes muertos, unos de verdad
y otros por elección.
En ese mundo se sentía en extremo vulnerable, Marta en contadas
ocasiones le ayudaba, pero frecuentemente le dejaba algún enigma por resolver.
Aunque las palabras que salían de su boca eran casi transparentes, al despertar
descifrarlas era todo un logro.
No había descanso, era algo así como un mundo paralelo en el que
utilizaba muchísima más energía que en el real.
Decidió dejar de dormir. Leyó un libro de 36 tomos de la Segunda Guerra
Mundial y lo estudió de punta a cabo, vio todas las películas de Hitchcock,
disfrutó por enésima vez de la bibliografía completa del gran Jorge Luis
Borges, pintó 47 pinturas al óleo, devoró la mitad de un toruno y construyó una
réplica basada en versiones históricas de la Torre de Babel.
Finalmente logró estar sin dormir 29 días, hizo muchas otras obras más que no
tenían mucho sentido más que espantar el sueño. Hasta que cayó de golpe
mientras traspasaba al francés una novela de Hemingway desde el inglés
original. Con tanta literatura en mente la actividad que tuvo su cerebro
somnoliento fue de las más fuertes que hubiera registrado en décadas. Muchos
dicen que después de soñar aquéllas pesadillas espantosas nunca volvió a ser el
mismo.
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