lunes, 2 de enero de 2017

Esmeralda 581

Habían terminado de almorzar y, para variar, tuvieron que huir del lugar para hacer perro muerto.
Sin papel, ni mucho menos lápiz, tomaron la estrategia de repetir la dirección una y otra vez.
Era el único método al alcance para no olvidar donde vivía el viejo loco de Sanfuentes. Ambas debían llegar allí con celeridad.

- Esmeralda 581 Esmeralda 581…

Iban con el paso acelerado y, a medida que se acercaban al mar, progresivamente apresuraban la marcha.

- Esmeralda 581, Esmeralda 581…

Paso a paso, producto del declive de la calzada, parecía que adquirían nuevo impetú. El volumen que producían las olas del mar les obligaba a subir el volumen de su monótono discurso en forma gradual.

-Esmeralda 581!, Esmeralda 581!!

Al abrirse paso entre la gente más de algún curioso se sumó a sus filas. Agitaban sus brazos, gritaban vítores que habían escuchado en los noticieros. Eran una mala reproducción de las manisfestaciones capitalinas.

- ESMERALDA 581!!, ESMERALDA 581!!, ESMERALDA 581!!

Una de ellas oteó a sus espaldas para encontrarse con un contingente cercano a la centena de personas, todas gritando la misma consigna. Sus ojos se enardecieron, en vez de apaciguar a la muchedumbre arengaba con más fuerza y hacía unos extraños ademanes, su propia versión de las labores que creía debía ejercer un director de orquesta.

- ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!

La turba adquiría dimensiones dantescas, se nutría de un modo exponencial, alimentando a su vez el mismo grito ensordecedor y al unísono: Esmeralda 581.

Para cuando llegaron a la casa del loco Sanfuentes, las fuerzas policiales habían rodeado el lugar, sin saber a ciencia cierta que era lo que tenían que resguardar. Lo más cierto es que de no poner orden mediante, vidas humanas estarían en riesgo.
Palos iban y palos venían, el guanaco mojaba, la gente corría, el grito constante y los quiltros mordían a quien tuviera la guardia baja, el aire se puso denso, cítrico y difícil de aguantar.

Desde dentro de su casa el loco Sanfuentes trataba de explicarse que sucedía en las afueras, sin mucho éxito, hasta que vislumbró la rojiza cabellera de la Chica.

Meneando la cabeza en señal de disgusto dijo en voz alta: - Viejas jetonas, les dije que llegaran antes de almuerzo para evitar problemas.

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