jueves, 29 de enero de 2015

Apocalipsis, Nueva Jerusalén.

La gloria es un gran portento
Reino glorioso inmortal
Donde a Dios se está alabando
Día a día sin cesar.

Siete los ángeles eran
Que siete copas guardaban
Y uno de ellos me mostraba
La Jerusalén postrera.
Se aprecian claros, por fuera
Los más hermosos cimientos.
Doce distintos le cuento
De finas piedras preciosas
Y queda clara una cosa:
La gloria es un gran portento.

Precisamente de altura
Doce mil estadios tiene
El libro sacro sostiene,
Que equivalente es su anchura.
Las sagradas escrituras
Hablan del bello sitial,
Brillante más que el cristal
Donde no hay templo, refiero,
Porque el templo es el cordero,
Reino glorioso inmortal.

El brillo en esta ciudad
No es de ni luna ni de estrella,
El Cordero brilla en ella
Dando total claridad.
No entrará en ella maldad,
Tampoco seres nefandos.
No se verá el día cuando
Sus puertas estén cerradas
En esta ciudad sagrada
Donde a Dios se está adorando.

Luego un río se mostró
Lleno del agua de vida
Que justamente salía
Del mismo trono de Dios.
El árbol también vi yo
Más allá del bien y el mal.
Todo ha de garantizar
El cese de maldición,
La gloria en toda nación
Día a día sin cesar.

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