Rafael espero un lapso de tiempo bastante largo, pero que se le hizo un
abrir y cerrar de ojos, para poder sentarse a jugar con su nuevo contrincante.
No le conocía mucho, pero le habían contado que era un jugador muy bueno en el
ataque, de esos que saben como quedarse las esquinas y resolver en el terreno
medio cuando las partidas están avanzadas. El komi era suyo, pero su oponente
contaba con un buen número de piedras a su favor para expandirse por el
terreno; lo que no dejaba de ser una amenaza. Observó bien la apertura, el
muchacho ni siquiera titubeó. A primera vista la jugada era demasiado
artificial, como de algún manual que él mismo había leído hace tiempo. No
recordaba el libro exacto, pero si tenía clara la estrategia: posicionarse muy
cerca de las esquinas para que el adversario las capturase, dejando libre el
tereno medio y con ello la mayoría de los puntos en disputa.
Comenzó a jugar, pero el cordófono que lo acompañaba le hacia mirar de
vez en cuado en otra dirección y perder las dinámicas del juego. La partida era
importante, pero también lo era el que el instrumento no sufriera percance
alguno. Se lo había prestado un viejo maestro que conoció tomando mate cerca de
un río y no quería enojarlo, ni mucho menos dejar de ser su alumno.
Negro atacaba con vehemencia una de las esquinas a fin de mantener vivo
un vasto grupo, no se daba cuenta que era inútil, blanco atacó con una cascada
que fue de lo más efectiva pues logro unir dos grupos pequeños. Calculando los
puntos libres, aunque fueran perdidos, gracias a la ventaja con que contaba la
partida ya era suya. Pero entre más puntos ganase mejor sería, había que subir
de nivel luego para poder ser invitado a campeonatos más importantes.
Tomó su ficha y se dio cuenta de que un sujeto misterioso, que jamás
había aparecido en el club miraba con asombro su estuche. Temió a que le
robaran el sonoro instrumento y se distrajo un poco del juego. Perdió un grupo
por distracción, no era grave, dos puntos a lo sumo y si lograba volver a
hacerse del lado sur tendría más libertades.
Volvió a echar un vistazo al desconocido, éste respondió mirando el
goban con una cara de neófito más que evidente. A diferencia de la mayoría de
los principiantes no hizo ninguna pregunta.
Miró un grupo ya muerto y para distraer al rival puso una piedra
amenazantemente cerca, el joven adversario dudó, frunció el seño y meditó por
unos segundos. Rafael aprovechó de tomar agua y palpar la correcta ubicación de
la guitarra grande, con su alambre y su bordón. Todo en regla.
Pasó el tiempo y ya no quedaban puntos por disputar, la última jugada
de Rafael distrajo a su rival. Que atacó desmesuradamente un grupo muerto y
descuidó el terreno de la parte baja del goban. Error típico de los demasiado
teóricos, no ven el juego, sino fórmulas.
Un saludo cordial con apretón de manos, un intercambio de teléfonos y
la cita a jugar de nuevo quedó hecha.
Rafael tomó el estuche con la intención de salir de ahí, el extraño de
sombrero lo miraba con impaciencia y como invadiendo su espacio.
Se despidió de los muchachos y salió más que raudo.
El extraño le siguió y, como iba cargando un pesado estuche, le dio
alcance al momento.
- ¿Ese es un guitarrón verdad?
- Emmm, sí.
- ¿Y sabes jugar Go?
- Bueno más o menos.
- ¿Estudiaste en la Universidad?
- Sí, en esta misma ciudad…Alguna vez hice clases también.
El extraño sacó un papel y lo dejó en una posición en que Rafael podía
comodamente leerlo.
Luego le preguntó - ¿Qué tal si me acompañas?
Rafael respondió con una monumental sonrisa – Si lo plantea así, claro.
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