martes, 20 de noviembre de 2012

Hiraeth


Mientras tarareaba daba tiempo a la tinta de secarse, a ratos tomaba pausas para pensar en que acorde sería mejor poner; dada la tesitura y expresividad de las frases. La nueva cultura a la que se estaba enfrentando le había aportado muchas ideas frescas y, como todo buen creador, no podía dejarlas irse sin antes concebirlas como partitura.
Continuó el trabajo, ostensiblemente feliz por lo prolífico que estaba siendo. En un período cercano a un mes ya había dado vida a ocho cuartetos. Solamente dos habían ya sido estrenados, pero las críticas fueron bastante positivas y los especialistas estaban expectantes ante sus creaciones.
No lograba dar una forma coherente al Scherzo, el tema del Cello era precioso y prístino. Tenía  una expresividad de lo más profunda, pero a la vez resultaba sutil y elegante. Era su instrumento favorito, requeria rigor y paciencia, disciplina y esmero, y por lo mismo, cuando era bien tocado su presencia era autoritaria y firme; para tocarlo bien hay que ser una persona extremadamente segura.
El tema estaba claro, lo que le faltaba era el acompañamiento del resto de los instrumentos. La idea de los arpegios en tonalidad menor podría funcionar, pero haría ciertas reminiscencias con algunos de sus trabajos anteriores. Tal vez hacer que la viola soportase y redoblase las frases melódicas y que ambos violines se turnaran en pizzicatos de fondo podría darle más vitalidad y marcialidad al étereo cantar del Violoncello.
Dio vuelta un par de cosas, arregló otras, pulió, editó. El violín primero con su sotillé bien marcado, el cello imbuido en un fortíssimo expresivo. Violín segundo y viola en un duelo a muerte subiendo y bajando acorde tras acorde por competir por quien podía llevar sus armónicos más allá. Volvió atrás una y mil veces hasta que quedó del todo conforme con el trabajo.
En cuanto empezaba a recordar esos campos verdes de su natal Barokovia todo se hacía más simple, recordar a Elisa le hacía bien. No la veía hacía casi justos seis meses, pero sabía que ambos corazones tenían intacto el amor que nació bajo un nogal en el patio de la casa de ella. Se imaginaba a los chicos jugando y corriendo en pasillo y la sala de estar. Por ellos estaba allí, era necesario haberse mudado. De otro modo sus estrenos y contactos habrían sido mucho menos en número y en intensidad. Barokovia es preciosa, pero no un lugar para un músico como él.
Añoraba mucho su terruño y a las personas que tuvo que dejar atrás, el olor a la tierra mojada por las tardes. Las ovejas y sus berridos mientras pastan el alfilerillo, en su mente la imagen de los caminos de tierra mientras se recorren en bicicleta llevando una cubeta llena de leche recién ordeñada. La carreta del panadero a paso  lento por las mañanas.
Mientras pensaba todo aquello casi de forma automática había terminado Scherzo, un presto y daba forma a un nuevo cuarteto. Las ansias por volver a su tierra natal, o bien de terminar las obras encargadas y poder traer a su familia completa cuando sus ingresos fueran mayores, hacían a sus capacidades dar verdes brotes de perfección.
Cuan distinto es todo en esta mole de cemento, repleta de automóviles y de ruido. Los típicos chiquillos gritando sus periódicos en las esquinas, los grupos de gente saliendo de los vaudevilles envueltos en risa y boato, tantas cosas podría mostrarle a Elisa cuando viniera. La llevaría al puerto a ver los vapores, imponentes símbolos del progreso y la inventiva del hombre para lograr sus objetivos de industrialización. Las cadenas de trabajo en serie y las fábricas donde se encontraban iluminaban el cielo con vapores de variopintas formas que surcaban el cielo en busca de destino. Todo sublime, pero no tanto como el sol anaranjado buscando su sitio entre los montes de Barokovia.

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