Mientras tarareaba daba tiempo a la tinta de secarse, a ratos tomaba
pausas para pensar en que acorde sería mejor poner; dada la tesitura y
expresividad de las frases. La nueva cultura a la que se estaba enfrentando le
había aportado muchas ideas frescas y, como todo buen creador, no podía
dejarlas irse sin antes concebirlas como partitura.
Continuó el trabajo, ostensiblemente feliz por lo prolífico que estaba
siendo. En un período cercano a un mes ya había dado vida a ocho cuartetos.
Solamente dos habían ya sido estrenados, pero las críticas fueron bastante
positivas y los especialistas estaban expectantes ante sus creaciones.
No lograba dar una forma coherente al Scherzo, el tema del Cello era
precioso y prístino. Tenía una expresividad de lo más profunda, pero a la vez
resultaba sutil y elegante. Era su instrumento favorito, requeria rigor y
paciencia, disciplina y esmero, y por lo mismo, cuando era bien tocado su
presencia era autoritaria y firme; para tocarlo bien hay que ser una persona
extremadamente segura.
El tema estaba claro, lo que le faltaba era el acompañamiento del resto
de los instrumentos. La idea de los arpegios en tonalidad menor podría
funcionar, pero haría ciertas reminiscencias con algunos de sus trabajos
anteriores. Tal vez hacer que la viola soportase y redoblase las frases
melódicas y que ambos violines se turnaran en pizzicatos de fondo podría darle
más vitalidad y marcialidad al étereo cantar del Violoncello.
Dio vuelta un par de cosas, arregló otras, pulió, editó. El violín primero con su sotillé bien marcado, el cello imbuido en un fortíssimo expresivo. Violín segundo y viola en un duelo a muerte subiendo y bajando acorde tras acorde por competir por quien podía llevar sus armónicos más allá. Volvió atrás
una y mil veces hasta que quedó del todo conforme con el trabajo.
En cuanto empezaba a recordar esos campos verdes de su natal Barokovia
todo se hacía más simple, recordar a Elisa le hacía bien. No la veía hacía casi
justos seis meses, pero sabía que ambos corazones tenían intacto el amor que nació
bajo un nogal en el patio de la casa de ella. Se imaginaba a los chicos jugando
y corriendo en pasillo y la sala de estar. Por ellos estaba allí, era necesario
haberse mudado. De otro modo sus estrenos y contactos habrían sido mucho menos
en número y en intensidad. Barokovia es preciosa, pero no un lugar para un
músico como él.
Añoraba mucho su terruño y a las personas que tuvo que dejar atrás, el
olor a la tierra mojada por las tardes. Las ovejas y sus berridos mientras
pastan el alfilerillo, en su mente la imagen de los caminos de tierra mientras
se recorren en bicicleta llevando una cubeta llena de leche recién ordeñada. La
carreta del panadero a paso lento por
las mañanas.
Mientras pensaba todo aquello casi de forma automática había terminado
Scherzo, un presto y daba forma a un nuevo cuarteto. Las ansias por volver a su
tierra natal, o bien de terminar las obras encargadas y poder traer a su
familia completa cuando sus ingresos fueran mayores, hacían a sus capacidades
dar verdes brotes de perfección.
Cuan distinto es todo en esta mole de cemento, repleta de automóviles y
de ruido. Los típicos chiquillos gritando sus periódicos en las esquinas, los
grupos de gente saliendo de los vaudevilles envueltos en risa y boato, tantas
cosas podría mostrarle a Elisa cuando viniera. La llevaría al puerto a ver los
vapores, imponentes símbolos del progreso y la inventiva del hombre para lograr
sus objetivos de industrialización. Las cadenas de trabajo en serie y las fábricas
donde se encontraban iluminaban el cielo con vapores de variopintas formas que
surcaban el cielo en busca de destino. Todo sublime, pero no tanto como el sol
anaranjado buscando su sitio entre los montes de Barokovia.
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