viernes, 9 de noviembre de 2012

Flamas


Lo había pintado hace años, sin manejar el conocimiento y las teorías de las que hoy disponía. Tanto así que ni siquiera recordaba haberlo guardado o puesto detrás del ropero, menos podría rememorar con que fecha exacta había terminado la obra. Imposible determinar cuanto tiempo había permanecido allí.
La temática era relativamente simple: formas geométricas en colores amarillos, azulinos y blancos.
Quiso comprobar hasta que punto ese símbolo de la primavera de sus talentos estaba bien orientado al punto en el que estaba hoy. Lo miró con gran detalle y auto-crítica y se asombró de estar contento con el resultado aún hoy, que su ojo se había hecho tan agudo y analítico.
Lo volteó en varias direcciones, vio el juego de las luces y su efecto sobre el marco. Las proporciones se le hacían demasiado equilibradas, quizá forzosamente perfectas. Decidió ir en busca de una regla y un compás. Trazó líneas de aquí para allá, círculos y otras formas geométricas. Aplicó ciertas razones y proporciones también. Era curioso que, al parecer, todo estuviera en perfecto calce.íneas de aquí para allá, círculos y aplicó ciertas razones y proporciones también. Era curioso que, al parecer, todo estuviera en perfecto calce.
Era hora de ir por una calculadora y evaluar que tan acertadas eran las medidas.
Buscó el aparato por todo el lugar, le costó dar con el por estar ordenando el departamento, pero finalmente la halló. Números más, números menos, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas.
Tomó un papel y anotó todo, haciendo comparaciones con lo que había pintado. Las cifras no mentían y eran, además, draconianas. Casi perfectas. 
Con la salvedad de que el bastidor estaba levemente descuadrado en una de sus esquinas, el resto de la obra mantenía una dinámica prístina, completamente armónica.
Le abrumó en grado sumo que una de sus primeras incursiones, un escarceo en todas sus letras; tuviera tal grado de precisión.
Alguna vez un maestro le había comentado que todo genio, en cualquier área, no llegaba a serlo por casualidad, "El que es bueno en algo, lo ha sido desde siempre", solamente hay que esperar la oportunidad.
Un toque de gong resonando en la cabeza, todo súbitamente claro, su destino siempre había sido ser buen pintor. No podía negarse ni escapar a ello.
De todos modos, y sabiendo lo que en la actualidad costaba uno de los cuadros de su período temprano, decidió hacerlo desaparecer. Era mucha la presión que el objeto le imponía, no era permisible bajar de ese nivel; no era opción hacer algo alejado de la intuición que guiaba su mano, hace tantos años, directo a la perfección.
Una fuente metálica frente a su vista y una caja de fósforos en su bolsillo, el hábitat ideal para destruir parte de su vida en el acto. - Lienzo, morirás con honor -.
Pensó en algo así como una despedida, lanzó un par de arengas mirando al cielo. En su mente germinó la idea de que alguien allá arriba no le permitía dejar espacio para errores, había un individuo que no le tenía muy en gusto.
El zumbar del álamo recubierto con pólvora al ser frotado para encenderse y el casi instantáneo rutilar de las flamas le cautivó. La danza del fuego era preciosa e hipnotizante, iba y venía con un vaivén cadencioso no carente de sensualidad. Un espectáculo del todo hermoso.
Se quedó unos momentos mirando, hasta que cayó en cuenta de que las ígneas extremidades que se desprendían de la combustión estaban en razón aúrea. La perfección está en todas partes.
Era hora de ir por una calculadora y evaluar que tan acertadas eran las medidas.
Busco el aparato por todo lugar, le costó dar con el por estar ordenando el departamento, pero finalmente la halló. Números más, números menos, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas.
Tomó un papel y anotó todo, y empezó a compararlo, luego, con lo que habí pintado. Las cifras no mentían y eran drásticas, las proporciones eran casi, casi, perfectas. Con la salvedad de que el bastidor estaba levemente descuadrado en una de sus esquinas, el resto de la obra mantenía una dinámica prístina, completamente armónica.
Le abrumó en gran medida que unas de sus primeras incursiones, uno de sus escarceos tímidos en el arte tuviera tal grado de precisión.
Alguna vez algún maestro le había dicho que todo gran genio en cualquier área no llegaba a serlo por casualidad, el que es bueno en algo lo ha sido desde siempre; sólo hay que esperar la oportunidad.
Un toque de gong resonó en su cabeza, todo estaba bastante claro, su destino era el ser pintor. No podía negarlo ni escapar a ello.
De todos modos, y sabiendo lo que en la actualidad costaba uno de los cuadros de su periodo temprano, decidió hacerlo desaparecer. Era mucha la presión que el objeto le imponía, no era permisible bajar de ese nivel, no era opción hacer algo alejado de la intuición que guiaba su mano, hace tantos años, con dirección a la perfección.
Un tarro metálico y una caja de fósforos en sus manos, el hábitat ideal para ser quemado en el acto. Decidido estaba, ese sería el destino del lienzo.
Pensó en algo así como una despedida, lanzó una par de arengas mirando al cielo. En su cabeza germinó la idea de que alguien allá arriba no le permitía dejar espacio para errores, había un individuo que no le tenía muy en gusto.
Encendió el cerillo y en el acto algo le cautivó en la flama, lo lanzó al balde y vio como las llamas crecían, se envolvían unas a otras en una hipnotizante danza. Ir y batirse, menearse y contornearse; un hermoso espectáculo.
Se quedó unos momentos mirando, hasta que cayó en cuenta que las flamas se ubicaban a distancias casi aúreas. La perfección está en todas partes.

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