Y después de caminar durante más de dos horas en medio de la gélida
noche, mientras un cantor campesino le susurraba sabiduría en el oído, una
epifanía muy grata funcionó como detonador a sus ideas. La risa se apoderó de
su cuerpo sacudiéndolo con un movimiento cadencioso muy agradable a la vista,
el espectáculo desafortunadamente no tuvo ningún espectador.
Cuando empezó a perder el equilibrio producto de las carcajadas
telúricas se acercó a un árbol con la intención de no caer al piso, mas fue
vano el intento, fue tan fuerte su reacción corporal que no pudo mantenerse en
pie. En el pasto, giraba a gran velocidad con ambas manos en el estómago y las
piernas recogidas, sin poder detenerse.
Poco a poco se fue calmando, se serenó cautelosamente aunque sufría pequeños
espasmos de cuando en cuando; diminutas réplicas de su primera reacción.
Se sentó y respiró profundo, se estiró a fin de recuperar flexibilidad;
aunque algunos subestimen las capacidades de la risa es un ejercicio sanador
supremo, y requiere de gran energí física y mental.
Estuvo en la misma posición durante varios cambios de luces del
semáforo que en la esquina había, como a la espera de que algo le viniese en
mente y le diera un motivo de peso para levantarse de allí. Luego de unos
momentos empezó a mirar con atención el piso, mientras revisaba sus bolsillos
por si algún objeto se le hubiese caído. Un pequeño papel con una letra en
exceso ordenada, decía: “Cariños para el músico mayor”, ¿Quién pudo haberlo
escrito? Ni idea, pero sí sabía que había sido
escrito con su propia pluma y en una de las hojas de su agenda.
Una tímida carcajada salió a flote sin gran resonancia, se calmó con
presteza. Tanto tiempo buscando explicaciones, tanto tiempo trotando por el
mundo, tanto amor lanzado al aire, millones de palabras invertidas (una pequeña
proporción gastada) para darse cuenta que la solución a todo estaba allí, a
escasos centímetros; más cerca que la vuelta de la esquina.
Bastaba cambiar el catalejo de dirección, poner los binoculares al
revés y un nuevo mundo se podría avistar. Puso los pies en ese continente
precioso sin dudarlo, con total seguridad y vio como los arcoiris se
desplegaban sobre el cielo y el sol brillaba con mayor fuerza. Mirar atrás ni
para tomar impulso, podía quitarle la risa más de algún personaje sombrío,
triste, oscuro y artero que había invadido la isla en la que vivía.
¿Cuál era la prisa? Ninguna, en realidad nada lo apuraba; por tanto se
recostó sobre el césped y miró las estrellas en todos los ángulos posibles
mientras les pedía que cuidaran a una persona en particular, incapaces de
responder con una señal auditiva las estrellas titilaron con hermosa intensidad
por varios segundos; que por bellos y especiales le parecieron eternos.
Recostado, con un mínimo temblor primero, con un tiritar más intenso
después, sintió como la hilaridad le inundaba con rigor nuevamente. ¿Qué
importaba qué hicieran?, ¿Qué importaba que dijeran?, ¿Qué importaba que
mataran?, ¿Le afectaba en algo su maldad?, ¿Servía de algo que actuaran?, ¿No
era obvio, acaso, que fingían?, ¿Qué sentido tenía su injusticia y sus argucias?
Pasara lo que pasara, hicieran lo que hicieran; siempre era por que él
seguía siendo el más importante.
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