lunes, 6 de agosto de 2012

Importante


Y después de caminar durante más de dos horas en medio de la gélida noche, mientras un cantor campesino le susurraba sabiduría en el oído, una epifanía muy grata funcionó como detonador a sus ideas. La risa se apoderó de su cuerpo sacudiéndolo con un movimiento cadencioso muy agradable a la vista, el espectáculo desafortunadamente no tuvo ningún espectador.
Cuando empezó a perder el equilibrio producto de las carcajadas telúricas se acercó a un árbol con la intención de no caer al piso, mas fue vano el intento, fue tan fuerte su reacción corporal que no pudo mantenerse en pie. En el pasto, giraba a gran velocidad con ambas manos en el estómago y las piernas recogidas, sin poder detenerse.
Poco a poco se fue calmando, se serenó cautelosamente aunque sufría pequeños espasmos de cuando en cuando; diminutas réplicas de su primera reacción.
Se sentó y respiró profundo, se estiró a fin de recuperar flexibilidad; aunque algunos subestimen las capacidades de la risa es un ejercicio sanador supremo, y requiere de gran energí física y mental.
Estuvo en la misma posición durante varios cambios de luces del semáforo que en la esquina había, como a la espera de que algo le viniese en mente y le diera un motivo de peso para levantarse de allí. Luego de unos momentos empezó a mirar con atención el piso, mientras revisaba sus bolsillos por si algún objeto se le hubiese caído. Un pequeño papel con una letra en exceso ordenada, decía: “Cariños para el músico mayor”, ¿Quién pudo haberlo escrito? Ni idea, pero sí sabía que había sido escrito con su propia pluma y en una de las hojas de su agenda.
Una tímida carcajada salió a flote sin gran resonancia, se calmó con presteza. Tanto tiempo buscando explicaciones, tanto tiempo trotando por el mundo, tanto amor lanzado al aire, millones de palabras invertidas (una pequeña proporción gastada) para darse cuenta que la solución a todo estaba allí, a escasos centímetros; más cerca que la vuelta de la esquina.
Bastaba cambiar el catalejo de dirección, poner los binoculares al revés y un nuevo mundo se podría avistar. Puso los pies en ese continente precioso sin dudarlo, con total seguridad y vio como los arcoiris se desplegaban sobre el cielo y el sol brillaba con mayor fuerza. Mirar atrás ni para tomar impulso, podía quitarle la risa más de algún personaje sombrío, triste, oscuro y artero que había invadido la isla en la que vivía.
¿Cuál era la prisa? Ninguna, en realidad nada lo apuraba; por tanto se recostó sobre el césped y miró las estrellas en todos los ángulos posibles mientras les pedía que cuidaran a una persona en particular, incapaces de responder con una señal auditiva las estrellas titilaron con hermosa intensidad por varios segundos; que por bellos y especiales le parecieron eternos.
Recostado, con un mínimo temblor primero, con un tiritar más intenso después, sintió como la hilaridad le inundaba con rigor nuevamente. ¿Qué importaba qué hicieran?, ¿Qué importaba que dijeran?, ¿Qué importaba que mataran?, ¿Le afectaba en algo su maldad?, ¿Servía de algo que actuaran?, ¿No era obvio, acaso, que fingían?, ¿Qué sentido tenía su injusticia y sus argucias?
Pasara lo que pasara, hicieran lo que hicieran; siempre era por que él seguía siendo el más importante.

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