Era una flor que con el tiempo nos mostró todo lo que de bueno podía
haber en la naturaleza, desde el primer momento demostró todo el potencial que
tenía. Era pequeña, tenía unos siete quizá ocho años y recuerdo que el
instrumento era prácticamente más grande que ella la primera vez que la vi.
Ya sabía bastante, pero algo le faltaba. Un par de semanas después de
conocernos su nivel de expresividad comenzó a elevarse, no sé si adquirió
soltura o madurez, pero la emoción la inundaba y se conectaba totalmente con el
instrumento. Según algunos era demasiado melosa, excesivamente temperamental,
yo creo que esos excesos juveniles son necesarios: ¿Si no tienes excesos cuándo
joven qué cosa va a disminuir de tí cuando seas mayor?
Era todo un espectáculo el oírla, aunque fuese estudiar, hasta tocando
escalas era prístina y efectiva musicalmente.
Recuerdo que teníamos clases dos veces por semana, Miércoles y Sábado.
Un día cualquiera le dejé de tarea varias cosas, algunas bastante difíciles, lo
equivalente a los caprichos de Paganini en el violín y bueno ella…no quiso
llevarse mis partituras pues pensó que podía perderlas y me dijo que las
conseguiría en alguna de las bibliotecas universitarias. Digamos que llegaron a
sus manos el Jueves por la tarde y bueno, el Sábado a las diez de la mañana
llega aquí hablándome de una película que había visto el día anterior. Pensé:
“esta chica no ha estudiado nada” y le pregunté, ¿Revisaste la tarea?. No lo
suficiente respondió con total sinceridad y naturalidad, como más tarde me di
cuenta era propio en ella.
Cogió el instrumento y de los veinticuatro movimientos que hay toco
cuatro, fluidos, excelsos y totalmente de memoria. Mi fama en esos días era de
profesor estricto y adicto a la disciplina, pero no pude decirle nada y tampoco
había nada que corregir. En solo un día...en solo un día, ¿Qué más decir?
Lo hizo en un modo soberbio. Era sin duda una persona privilegiada, era
un genio y ella lo sabía. Siempre he creído que el estudio y el orden, la
constancia y la perseverancia son claves importantes para el éxito; pero Ana
era de otro mundo, a ella la guiaba la pasíón, la emoción. Era tan vulnerable y
a la vez tan gallarda y soberbia. Tenía una potencia increíble cuando tocaba,
parecías olvidar su menuda figura y su candidez. Siempre fue una chica humilde
y simple, de fácil acceso y por esa misma razón le era sumamente fácil ganarse
el cariño de todos.
Cuando la recuerdo sigo viéndola como fue en esos días, en esa relación
hermosa que tuvimos durante cinco años cuando fue mi alumna. Alguna vez dijo
que más que un maestro fui un “papi” para ella, creo que como ella no habrá
otra igual. No en este siglo al menos, tan compenetrada, tan entregada y
sincera en su ejecución.
A veces oigo algunas obras que sé eran sus favoritas, por buenas que
sean las versiones sé que no es ella. No es ella…pienso…no es ella y continúo
escuchando, falta algo, están cerca de…,pero no es perfección. Siento sus
fraseos, los oigo aún cuando nos dejó hace ya tanto tiempo.
Así son los genios, un día están y de uno u otro modo viven rápido y
fallecen en un abrir y cerrar de ojos.
En ocasiones tomo un disco, trato de descifrar que la hacía tan especial y no
puedo, no estoy a su altura, no logro despojarme de los miedos a la hora de
tocar, no tengo esa sana locura bien intencionada y no dañina que ella tenía en
la interpretación.
Siempre fue libre…de cantar intuitivo, excesivo talento para un
pajarito que poco a poco fue apagando su canto presa de una enfermedad tan
lenta y trágica como es la que ella tuvo. Su cuerpo no soportó la
inconmensurable y potente energía que su alma poseía.
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