jueves, 21 de junio de 2012

Resfrío


Basta mojarse más de lo recomendado un día, ponerle un par de vitolas más al sistema, cantar unos cuantos tangos de más y estás frito. El resfriado que puntualmente ataca cuando llega el solsticio está sobre ti. Sientes como se gesta en tu pecho y lo va llenando de desgano y te quita tu vitalidad. Nada que hacer durante unos cuantos días, nada que hacer que implique levantarse de la cama y hacer cualquier tipo de fuerza por pequeña que parezca.
¿Cuál es mi receta? La verdad, seguir los secretos de las abuelitas y tomar cuanto remedio casero sea posible. O bien te curas o te arrepentirás tanto de estar enfermo que lo pensarás muy bien antes de trasnochar en el frío.
Mientras se espera a que los remedios surtan efecto también hay alternativas. Escribir, leer, ver películas, hacer algo de música si la paila no está afectada, pintar dependiendo de cuan fuerte sea la afección pulmonar, etc. Por cábala quizá, o por evitar acordarme de que ya he estado enfermo es que voy turnando estas actividades. Decidí ver cuanta película pudiera, siempre y cuando su fecha de filmación fluctuara entre 1960 y 1970; como no si es sin duda la década más creativa que tuvo el siglo pasado. Si digo de la Historia no falta el que defiende el siglo de oro de Pericles, o la masonería, o a los egipcios y otras cuantas cosas más. Dejémoslo así y punto.
Una a una, en distintos idiomas, con los subtítulos escritos en los menos sospechados idiomas o bien sin ninguno incluido, a colores, en B/N, con poco o mucho presupuesto, asiáticas, europeas, norteamericanas, sudamericanas, cortas, largas, fomes, movidas.
Me cuesta respirar, siento que mis latidos se aceleran considerablemente. Una samurai ciega busca su venganza ante una rival de mucha menos edad y experiencia que ella, le perdona la vida pues percibe paz y bondad en su corazón.
Comienzo a toser y me duele mucho la cabeza. Un automóvil cruza raudo bajo la Torre Eiffel, el conductor y una guapa copiloto se besan apasionadamente sin mirar el camino. Mientras la cámara hace un paneo de sus rostros el fondo se mueve de una forma bastante rara y poco creíble en todas direcciones, llama mi atención pues el volante no ha cambiado de sitio ni un milímetro.
La fiebre llega a mí, siento que ese termostato interno que todos tenemos se fue por un rato al carajo. Los ojos me hierven. Un avión en el día D ataca un campo de concentración alemán, muchos muertos, heridos casi todos. Siete hombres se quedan atrapados en las bodegas subterráneas con que el establecimiento cuenta ¿Posibilidades de escapar? Casi nulas.
Me bebo una botella de dos litros de agua en algo que me parece casi dos sorbos y aún tengo sed. Estoy tiritando pero me sudan la frente y la espalda. El cadáver de una chica colorina yace en el llano abierto de un parque londinense. Es encontrado por dos pequeños niños que jugaban con un balón, sorprendidos van en busca de su madre quien antes de avisar a las autoridades como es debido lanza al aire un grito desgarrador. La mueca de espanto que su rostro esboza contribuye a hacer más estremecedora la escena.
Mientras respiro mi pecho suena, los pulmones hacen algo así como un quejido atresillado. No siento las manos. Cientos de pájaros esperan en el patio de un colegio al más mínimo movimiento que hagan los niños que se encuentran en clase. Ellos, sin saber de que estos ahora violentos monstruos voladores les acechan, cantan una melodía que provoca gran tensión y miedo en el espectador a fuerza de ser tan repetida.
Y así, se van mezclando y finalmente hay samurais navegando en botes vikingos, tanques pilotados por candidatos a la presidencia, katanas manejadas por músicos que hacen jazz, ovejas que explotan en el aire, bellos ramos de rosas rojas que cortan cabezas y otras múltiples escenas que surgen cuando entre un capítulo y otro me quedo dormido. No he entendido del todo bien ninguno de los guiones, he pasado la vista por horas de celuloide y creo que tendré que volver a hacerlo de nuevo.

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