martes, 17 de abril de 2012

Maestro


No sé si me encontró o si yo le encontré a él. Simplemente estaba ahí, al lado del río con un mate en la mano y mirando a la lontananza con aire distraído. Me miró fijamente a la cara, pero ni se inmutó en su canto (más bien tarareo) y continúo allí parado. De negro riguroso, con sombrero de ala ancha.

- ¿Quién es Usted?- pregunté en el tono más amable que pude.
- No sé quien soy, ni quien fui. Pero voy a ser tu maestro. – Aseveró con tal seguridad que mi cara debe haber sido una mezcla de sorpresa, asombro e incredulidad.
- Mire…¿Y de qué?
- Al otro lado del río está la respuesta, sígueme.

Como mis deberes de construcción y de docencia ya estaban completos por casi toda la semana decidí seguirlo para saber que se llevaba entre manos. No me parecía una persona peligrosa, me inspiraba gran calidez y sabiduría.

Me llevó hasta un puente del que ni siquiera tenía conciencia de que existiera allí; aunque claro, había pasado más de una año de que no exploraba el lugar y la vegetación estaba distinta, el río estaba más caudaloso y yo más maduro y reposado. Las últimas veces que me había paseado en tales sitios debía cumplir con muchas obligaciones estudiantiles que no me permitieron disfrutar del lugar.

Cruzamos el río, dimos un par de rodeos a algunas rocas llenas de musgo (que tampoco recordaba) y llegamos a un muelle roído y pequeño que seguramente el sujeto utilizaba para pescar en sus ratos de ocio. Subimos por una pequeña escalera de fierro, que me pareció improvisada y seguramente fue usada con otras finalidades hace ya muchos años.

A la distancia se veía una casa de material ligero, que tengo la seguridad de que no existía hace un par de años. A su lado un sauce de enormes proporciones, del que algún recuerdo tenía.
Me condujo hasta la casa por entre la crecida hierba, se oían codornices marchar en algún lugar cercano. Un perro ladraba a mis espaldas, al parecer sin darme cuenta habíamos dado una vuelta en 360 grados, tal vez estábamos al mismo lado del río que al principio. No podía dar certeza de aquélla idea.

- Pasa – dijo. Pasé y en la mesa vi con gran estupefacción un guitarrón chileno elaborado a la antigua.
- ¿Y eso de dónde lo sacó, caballero?
- Me lo regalaron hace mucho tiempo, no recuerdo bien donde. No fue tan lejos en todo caso. Años hace que lo tengo, años hace que lo toco y tengo entendido que usted quiere aprender, ¿Se anima?
- Señor mío, claro que sí.
- Mañana entonces nos juntamos a esta misma hora en el lugar en que nos encontramos.
- Así se hará.

Hizo un gesto amable, como de despedida. Entendí que debía dejar el lugar y volver al otro día. Al salir de la casa traté de guardar todo detalle de esa primera visión, tan grata y a la vez intrigante.

Me devolví por la misma senda en la que habíamos llegado, y  no miré hacia atrás. Ya había anochecido y me sentía muy cansado, tal vez lo soñé, tal vez fue verdad. Mañana, solo mañana lo sabré.

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