lunes, 2 de abril de 2012

Grullas

(Novecientos quince).

No había sido difícil, habían bastado solamente unos cuantos clicks en el portátil para que apareciese la imagen con lujo de detalles de cómo hacerlas. Su motricidad fina y su capacidad de comprensión eran bastante agudas, por lo que fabricarlas fue un tazón de leche.

(Novecientos veintiuna).

Ya tenía claro el esquema, ahora, tenía que hacerse del suficiente papel para no quedar sin materia prima una vez comenzada la tarea. Se dirigió a la librería más cercana y procuró conseguir cien trozos de papel en una variedad de colores que sumara diez en total.
Finalmente fueron solo ocho los colores, ciento veinticinco por cada uno.

(Novecientas treinta y dos).

Recordaba haber leído un libro con el mismo título, uno del gran Yasunari Kawabata. ¿O quizá solo lo había hojeado? Comenzó a ordenar el lugar, guardó algunas cosas que hacía tiempo no usaba y se dispuso a la tarea de doblar, plegar, remarcar, dar vueltas y finalmente dar forma a una grulla.
De vez en cuando se distraía: -A propósito de Kawabata ¿Habrá ella leído Lo bello y lo triste? Lo dudo!
Continuó.

(Novecientas cuarenta y nueve).

Los primeros diez intentos no fueron del todo satisfactorios, pero afortunadamente había practicado con papel periódico y no podía considerarlas grullas propiamente tales. Eran ensayos, concebidos para errar. No se permitiría ese tipo de licencias cuando empezase en serio.
- Sadako, Sadako, Sadako….Sesaki, eso era Sadako Sesaki. La enfermedad de la bomba A…quizá H. Que cosas tan aberrantes hace el ser humano.
Prosiguió.

(Novecientas cincuenta y dos).

- ¿Senbazuru?, ¿Senbaduru?, ¿Senbasuru? Mejor consigo alguien con quien practicar japonés. El francés lo olvidé a falta de práctica. Daniela, ¡ella si que sabía de idiomas!
Cada vez el producto le agradaba más y a sus ojos era más perfecto. Las amarillas le resultaban las más hermosas, seguidas de las rojas.

(Novecientas sesenta y siete).

Prontamente el living estuvo lleno de las hermosas figuras multicolores, si alguien hubiese entrado al lugar le habría impactado lo singular de la imagen. Pero el seguía de forma perseverante armándolas. Con algunas incluso dialogaba un rato.
- Creo que he visto un hitodama pasar por fuera de la ventana. – Se dijo a sí mismo.

(Novecientas setenta).

Habías perdido la cuenta de cuantas en realidad eran, pero no era gran cosa, terminaria en cuanto el papel se acabara. Obviamente iban a sobrar algunas por sobre la meta impuesta de las mil, las regalaría con algún mensaje bonito a sus amigos y familiares.

(Novecientas setenta y cuatro).

Contemplaba su obra mientras pensaba en la pobre niña que no había alcanzado a llegar a las setecientas. Claro, sus circunstancias eran otras. Pero finalmente el caso era similar, armarlas para cumplir un deseo. El había sido más proactivo y consistente con el proceso. Avanzaba raudamente y sin complicación.

(Novecientas ochenta y tres).

Lo que le preocupaba un poco era que ya quedaba una estrecha distancia para llegar al fin de la tarea, y según la leyenda quien fabricase mil grullas recibiría por ello como regalo el cumplimiento de un deseo del corazón. En etapas preliminares de su cometido creyó que éste apareccería mientras fuera armándolas, pero hasta el momento no había vislumbrado nada.

(Novecientas noventa y ocho).

Solo faltaba una, y no sabía si debía terminarla o no.
- Tengo que salir, me han dado ganas de algo de sushi- Se dijo a sí mismo. Pero en realidad lo que lo llevó a salir de casa fue el cambio. De hecho no volvió jamás, cosa que en realidad fue muy buena para él, de hace mucho tiempo que quería experimentar la libertad de los campos, sentir el viento en su cabello y disfrutar de los paisajes.
Cuando llegó al sitio de su destino improvisado buscó algo en uno de sus bolsillos, mas lo que encontró fue una grulla dorada que su sobrina le había obsequiado hace un tanto.

(Mil).

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