jueves, 21 de septiembre de 2017

Dani

Se llama Daniel. Daniel como su abuelo paterno y su padre. Daniel, tal cual como figura en su acta de nacimiento. Daniel, como aparece en su cédula de identidad escrito en mayúsculas. Daniel, Daniel, Daniel.
En ningún caso y bajo ninguna circunstancia Dani. Detestaba que le llamaran así. Dani. Hasta odioso sonaba.
Dani, le decían, y al momento venían a su mente el olor a naftalina, las manos arrugadas y ásperas que le rasgaban los pómulos, el tener que interrumpir sus juegos y comidas por la obligación de atender a alguien que no le importaba en lo absoluto, tener que buscarse “algo que hacer” porque las señoras iban a hablar “cosas de grandes”.
Dani, esto. Dani, aquello. Dani, bla-bla.
Dani, y luego alguna frase que sabía terminaría siendo falsa o lapidaria.
Dani, te voy a amar para siempre. Dani, puedes contar conmigo, perro. Dani, tu sueldo está asegurado hasta el fin del proyecto. Dani, no quise generar falsas expectativas. Dani, mi mujer se enoja si salgo mucho contigo. Dani, vamos a tener que prescindir de tus servicios por falta de presupuesto.
Le vida era más agradable siendo Daniel.


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