jueves, 22 de octubre de 2015

Diómedes in the sky with diamonds

Llegué a la Casona.
Diómedes estaba parado estorbando la entrada de todo mundo. Miraba hacia el cielo como si estuviera observando una ópera o una película de cine arte del siglo pasado. Se movía y participaba del espectáculo, agitaba los brazos como si fuera un barrista de estadio alentando al equipo de SUS_A_MO_RES .
Me tenté y me puse a su lado a mirar hacia arriba.
Hizo un ademán aprobatorio con la cabeza, sin decir nada.
Serú Girán sonaba en la lontananza.
(Todo el mundo puede ver un camino para recorrer).
No vi nada.
Diómedes con sus manos me indicaba que esperara, que había que tener paciencia. Forcé la vista y nada. Quizá era el Sol que con su poderoso manto había eclipsado mis ojos.
A él parecía gustarle lo que sucedía en el cielo, aunque siempre me costó entenderlo admiraba enormemente su creatividad y su modo de ver, en los detalles, mundos completos.
(Todo el mundo puede ser un camino para crecer).
En cuanto a estilo, pensaba que estaba por debajo de él. Fue una conversación que tuvimos hace mucho tiempo la que me hizo darme cuenta de que nadie podía reinterpretar el mundo como él. Antes de que lo diagnosticaran, antes de que dejara de escribir todos éramos conscientes de su genio. El resto de nosotros o le copiaba a el u otro.
(Con tu cara de jarrón y tu mundo hecho de clichés).
Era algo que sucedía a menudo, cosas o ritos naturales para él se transformaban en una fuente de inspiración para los muchachos. Cuando comenzaron a llegar los demás ni siquiera me di cuenta en que momento se formó ese grupo tan grande. Algunos pasaban y seguían de largo, otros se quedaban un rato y se aburrían algotros como nosotros nos quedamos toda la mañana detrás de Diómedes. Director de la muda orquesta seguía efectuando sus coreografías hacia la cortina azul.
Queríamos sentir algo como lo que sentía él.
(Tengo la esperanza de encontrar un sonido).
Pasó la hora del almuerzo y traté de acercarme para preguntarle que era lo que disfrutaba tanto, nos íbamos a quedar sin comer si no nos apurábamos. Si cerraban La Picá, el hambre en el estómago o en el bolsillo serían las únicas alternativas.
No pude preguntar…
Cuando me puse a su lado extendió una mano en alto, apuntó a una coordenada imprecisa en medio de dos nubes y luego me miró. Con sus expresivos ojo, Diómedes me invitó a mirar ese inexacto punto.
Forcé la mirada y nada vi…
Bajó su brazo con gran fuerza y me dio un soberbio manotazo en plena nuca. Las carcajadas salían de todo poro de su cuerpo.
Se fue corriendo a toda velocidad y no le vimos hasta dos días después.
(Te imaginas el lamento de la gente y su manual).

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