Había
sido un discurso hermoso, aunque improvisado. No sabía en realidad que decir ni
como. Su mente estaba algo confundida después de todo. Los sucesos se dieron
demasiado rápido, su cabeza continuaba estática mientras sus manos se lanzaban
a escribir con un estentóreo paso. Era muy joven cuando pasó, de hecho hoy casi
ni lo recuerda.
Se
mezclan las ideas, los personajes, los guiones y situaciones de sus cuentos y
novelas. Tal vez es el alcohol el que produce este efecto, pero el no puede
determinarlo, no sabe a ciencia cierta cuando fue el último día que no bebió
nada.
A causa
de ello no pronunció palabra acerca de sus obras, mejor era agruparlas y
charlar sobre el impacto que causaron y siguen teniendo en los literatos
nóveles.
Quizá
fue muy comedido en sus palabras, quizá no tanto. Tenía muchas dudas y las
planteó en modo sincero a su auditorio, pero la ira contenida, el desprecio
percibido a sus años de trabajo sostenido, la recepción del premio en forma tan
tardía le habían disgustado enormemente.
No
le irritaba ni su actitud ni la del público, lo que le ponía defensivo era
saber que los votos por los que había sido elegido eran banales y sin sustento.
Que sabían esos del arte, los viejos jueces eran respetables; estos por su
parte sólo buscaban hacer moda y ser mirados aunque fuese un rato. Nada de
literatura podía salir de ninguno de ellos.
¿Cómo
explicar el placer que era leer a sus colegas coterráneos treinta años atrás?,
¿Cómo contarles de los días más bellos para la literatura?, ¿Cómo decirles lo
que en verdad querían decir ciertas frases que ocultaron en los libros?
Imposible, no lo entenderían.
En Julio entregarían nuevamente el premio a otro
convocado, se olvidarían de él a quien poco por escribir quedaba. Pero fue feliz, le regalaron un reloj de bolsillo y un millón de pesos.
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