Le habían expulsado de la banda que hacía años había formado y que era
para él todo en la vida, ninguno de ellos era ya el mismo personaje crédulo y
campesino que llegaba a la ciudad en busca de una oportunidad. Sus
personalidades se habían forjado, su carácter formado, pero él parecía no
envejecer.
Me enteré por un llamado telefónico de Estela, a altas horas de la
noche.
- Simón, necesito que vengas de inmediato a la Hacienda, Matías acaba
de tener un accidente. La ambulancia viene en camino.
- Voy ahora mismo, ¿tú estás bien?
- Un poco alterada, vénte ya.
Y así fue, sin anestesia ninguna. Cuando llegué a la casona que Matías
poseía en las afueras de la ciudad vi muchas cosas alarmantes. Lo primero fue
una pira de objetos quemándose en la entrada del lugar pude distinguir algunos
de los instrumentos más queridos por él, sus discos, su ropa, muchos libros.
Al fondo del sitio se oían gritos de mujer agudísimos, mientras
intentaba averiguar el lugar exacto de su origen Estela salió llorando de la
casa y me abrazó con los brazos temblorosos. Durante un lapso muy largo no supe
que decirle y permanecimos así, en silencio total. La tranquilidad del cuadro
fue interrumpida en el minuto que vi a un sujeto sospechoso intentando colarse
a la casa. Salí en su persecusión pero no pude alcanzarlo. En su alocada
carrera botó una cámara de fotos, yo la conocía pues con ella tomé todas las
fotos de las vacaciones.
Estela se acercó a mí y casi me susurró al oído: - Matías murió, los
paramédicos dijeron al llegar que no había nada que hacer.
Una sensación de pena gélida me transminó de principio a fin, no se la recomiendo ni al peor de mis enemigos.
Una sensación de pena gélida me transminó de principio a fin, no se la recomiendo ni al peor de mis enemigos.
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