miércoles, 2 de julio de 2014

La pequeña maravilla

Desperté con la noción del tiempo trastocada, sin realmente saber si pertenecía al lugar en el que me encontraba. Algo en mi corazón me decía que hoy era distinto, que los días anteriores habían quedado atrás y que ya nada era como lo había sido hasta ese instante.
Me reincorporé, sacudiendo la cabeza en forma reiterada.
Empecé a reconocer los colores de los muros, los motivos del piso, el color de las cortinas, ciertos aromas y algunas voces que se escuchaban en la letanía. El olor a café y a tabaco.
Un ser distante, ajeno, así recuerdo haberme sentido en primera instancia. Obligué a mis ojos a revisar cada rincón del lugar y a mi memoria a registrar los más mínimos detalles para que nada quedase en el olvido. Busqué el espejo sin encontrarlo, ya no estaba donde lo había dejado.
Si bien hacía un tiempo relativamente corto que estas sensaciones habían comenzado, ya podía identificarlas en mí. Cuando se me abalanzaban encima, cuando las veía cercanas, cuando me rodeaban para sumergirme en sus dominios.
Fue en un terminal de bus, fue en el Metro, fue en una iglesia mal restaurada, fue en una banca cualquiera del centro, fue en un departamento en un añoso edificio, fue en el cine de un centro comercial, fue en plena calle, fue en la vereda. Fue despierto, fue durmiendo, fue con ropa y sin ella, fue soñando. Fue y es en tantos modos que ya perdí la cuenta, y por más que me esfuerce en contar veces pasadas, al terminar de hacer los cálculos hay que actualizarlos y empezar de nuevo.
Sé del primero, cuando le vi concentradamente acariciando un trozo de madera rojo que proyectaba sonidos al azar. Cuando posé mis ojos en los suyos y mi espectro visual se lleno de colores fucsia, verde, rosa y tantos otros que veo aún, mas no puedo otorgarles nombre.
Y hablamos de esto y también de aquello, de las rimas y también de los versos. Los minutos son tan cortos, por eso siempre es preciso vernos.
La música me inunda, mi pecho se hincha, mi respiración se hace plena y sueño. Veo formas, veo colores, veo texturas. No quiero ser insistente ni parecerte majadero, hay un detalle importante y es que ahora veo. Veo múltiples cosas que antes no percibía en lo más mínimo. Una de ellas es la compañía, si por ella se entiende la carencia de soledad. Compañía no es estar rodeado de gente ni de cosas. No se tiene compañía parándose en un lugar atestado de gente o compartiendo el techo con otros seres (o entes) conocidos. No es compañía consumar los hábitos de cada día y compartir un cigarro o un sándwich con quien siempre lo haces. Compañía es sentir a otro aunque esté lejos, es preocuparte por él o ella, es dedicarle tiempo para pensarlo, quererlo y protegerlo en la medida de lo posible.
Otra cosa que empecé a ver es el futuro, más allá de un trabajo con status y bien remunerado. Mucho, pero muy distante de un pedazo de cartón y unas cuantas estampillas o un conjunto de ladrillos con una reja blanca de madera, o de comprar artefactos que en vez de usar, te usan a tí. Lo que veo es la decisión franca y transparente de la entrega, de darlo todo e inclusive más. Si a eso le sumamos la compañía previamente mencionada, somos dueños del mundo. Veo años, décadas y siglo correr. Pero ni un ápice de tiempo se ha ido, es sólo mi pensamiento el que divaga y crea en medio del silencio.
Para quien no haya vivido lo que yo estoy viviendo mis palabras no cobijarán sentido alguno, y para quien haya tenido la experiencia habrá tal vez sido en demasía distinto.
Sé que este escrito no está para nada completo ni bien elaborado, que la prosa no es buena ni lleva a buen puerto. No obstante, no escribo para ser entendido ni tampoco quiero serlo. Esto es un testimonio, una carta a mí mismo si se quiere, un testigo de estos tiempos. Uno que me dirá como era yo en este sitio y en estos momentos. Uno que me dirá que es cierto, te quiero.

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