domingo, 4 de mayo de 2014

París


Con su pequeña manito me tomó y me hizo subir al escenario del vacío teatro. Me acercó una silla y me dijo que tocara lo que me viniese en emoción, lo que sintiera de momento. Me lancé a interpretar instrumentales de mi tierra, de mi lejano terruño del que hace tanto no sabía más que por los relatos de amigos en carta.
La guitarra me sabía a esperanza, a vida, a naturaleza, a despertar.
Hacía solamente un par de días había estado a punto de hacer efectivo mi pasaje, sin fecha aún, cuando esta cantante tan grande y tan potente apareció frente a mis ojos casi por casualidad o por designio divino.
De reojo la miré, bailaba cada tema que mis dedos ejecutaban. Tarareaba en voz baja, con evidentes ganas de poner letra a esa música ajena e interesante para ella.
Se me acercó y con mucha calma me miró.
Se sobaba las manos como con ansiedad de que el día del concierto llegara, me mostró unas piedras preciosas que llevaba en los anillos.
- Con esto, querido amigo, yo tengo para comer muy bien durante mucho tiempo. Tu traes a cuestas solo la guitarra y tus poemas. Los usaremos para que puedas mostrarle a mi gente lo tuyo.
Me negué, no podía permitir tal gesto. Habría sido un exceso de confianza de mi parte y se lo hice saber, tratando de ser cortés y de hilvanar bien mis ideas con el escaso francés que manejaba.
Se contrarió, casi se enfada. – No, tu harás lo tuyo y ya verás que más temprano que tarde tendrás como pagármelo, y con creces. No se hable más.
No pude decirle que no, no me pude oponer más. El caso estaba cerrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario