viernes, 1 de febrero de 2013

Viaje


Fue un día como pocos. Ha sido mi último día de clases, tuve mis últimas evaluaciones y decidimos hacer algo en casa de amigos y después salir a bailar, eso luego de haber llegado a la conclusión de que lo mejor era compartir nuestro tiempo juntos.
Así lo hicimos, hace unas cuantas horas…Aún sin explicarme como llegué la misma esquina en la que espero el transporte que me lleve a casa cada vez que de ella salgo -¿soy tan predecible?- saco un cigarrillo y lo enciendo en medio de la noche, de la nada que se dibuja tras las sombras en esa calle.
Un sujeto desde la lejanía intenta decirme algo, parece querer esbozar alguna palabra imposible para mí de descifrar. Cae al suelo repentinamente, estaba notoriamente borracho.
Miro el espectáculo tratando de no conmoverme, oigo un frenazo brusco y al girar mi cabeza para observar hacia el origen del sonido encuentro un rostro decidido que me mira fijamente.
- ¿Dónde vas, flaco?
Respondo con lujo de detalles, villa, calle, pasaje y corroboro si me llevaría por la tarifa normal.
- Súbete flaco, este barrio es peligroso a esta hora. ¿No te importa si paso pa’ otro lado antes, verdad?
Asiento con la cabeza, no existía otra opción, si le decía que no el pacto podía cambiar, inclusive podría haber tenido que bajarme en un lugar más peligroso, cargado del peligro que suscitan los sitios desconocidos, las experiencias nuevas, lo inesperado.
El chofer conoce la ciudad, sabe lo que hace. Pasamos dos calles y el colectivo está lleno.
-¿Las señoritas van a las Norte?
-No, siga derecho.
Responden con desconfianza, casi con violencia por haber sentido ultrajante la interrogativa. Son de un barrio bajo, estaban “trabajando”, entregando su alma, vida y espíritu temporalmente a cualquiera. Se ganan el sustento con el sexo sin amor, con lágrimas, con humillaciones, con dificultades.
Discuten sobre un asunto inteligible, en sus términos y lenguaje que solo ellas dominan.
Error, el chofer las mira por el retrovisor con atención. Entiende lo que traman y me dirige una mirada de reojo de vez en cuando con un rostro interrogante. Su expresión me dice pon atención, para mira y escucha.
Finalmente las mujeres bajan. Somos nuevamente el chofer y yo.
- Esas minas son cochinas, de aonde que van a estar en un restaurant a esta hora. Nadie come a esta hora salvo los universitarios, ero Uds. van a los carritos. Esas son maracas po, ta diciendo.
Cada recodo de ciudad recorrido parecía darle más confianza. Me analizaba, preguntaba, observaba, daba consejos.
Hubo un largo silencio, creo que esperaba que por un instante fuese yo el que llevara la dinámica de la conversación, pero no suelo hacer eso.
-¿Flaco, que estudiai?
Esa pregunta me resulta funesta y trágica, la evito.
- Tenis cara de ser bueno pa’ pensar. Pero no eris ingeniero, ni médico, ni…
Toma una pausa para ver si puede pasar con luz roja.
- Ya sé, estudiai algo con letras.
Respiro profundamente y le digo –Psicología
-Viste guacho, nunca fallo.
El preámbulo típico, luego se vienen las preguntas sobre que es correcto decir ante tal o cual test, que si uno está loco, que la hija de la prima de la vecina tiene problemas en el colegio.
Error de nuevo.
El rumbo de mi transporte parece cambiar.
- Vamos a ir a buscar a alguien más flaco, a esta hora sale de su pega.
Llegamos a un lugar donde no hay esquinas, las cuadras están dispuestas en triángulos casi al azar. El sujeto sube y, según parece, duerme.
Luego de un prolongado y tenso silencio le avisa el chofer.
– Jefe, acá se baja Ud.
Da una vuelta en 180° con una habilidad sublime, me dice que me irá a dejar pero a un par de cuadras de casa.
- Flaco, tenis que aprovechar que eris joven. No te metai en leseras. Yo estuve 15 años metido en la pasta. Nací acá po, me fui a la capital a buscar mejores opciones, pa’ darle de comer a mis cabros.
Arregla el espejo retrovisor.
- Allá es otra cosa, todo el mundo le hace y el que no la vende. Yo te digo, yo llevé políticos, futbolistas, actores, gente de la tele, periodistas, músicos. Sobretodo en la noche, siempre he trabajado de noche. La noche es brava, trabajaba en ese hotel pituco que hay pal barrio alto. En ese mismo ambiente conocí la droga, taba al alcance de todos, hasta de pendejos chicos.
Saca una fruta de la guantera y la muerde.
- Me quitaba la ansiedad y me hacía sentir mejor, ahora flaco, la fruta. Comer sano. Perdí mis hijos, mi señora, mi empresa,…tenía 7 autos y dos minibuses.
Parece conmoverse.
- ¿Tú creis que cuando tay metido en esa custión alguien te ayuda? Y después ¿alguien se acuerda pa tenderte la mano? No po. No tengo amigos y no quiero tenerlos, no a ese precio, soy yo y nadie más, no confío en cualquiera; en mí no más.
Se sube un poco las mangas y surge una herida, por su forma sugiere haber sido hecha por un cuchillo.
-Ahora toy limpio, ya no necesito eso. Antes se me dormían las manos con la abstinencia, tenía que pegarme unos jales po. Ahora puedo ver a un loco fumando hierba o haciendo cualquier cosa y me da lo mismo, soy como el Ave Fénix, renací de las cenizas, de la mierda.
Remata su relato con una sonora mordida que parece reverberar dentro del automóvil.
- Flaco, me caíste bien, te voy a dejar a tu casa mejor, a esta hora la cosa es peligrosa.
Arribamos, me despido del sujeto, me extiende su inmensa y peluda mano.
Dice – Un gusto conocerte flaco, cuídate.
Me bajo, el colectivo se va raudamente.
Siento que en media hora de viaje he aprendido mucho, casi lo mismo que en cinco años dentro de un aula.
Error último, pensar que de las cosas más simples no se puede aprender.

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