lunes, 11 de febrero de 2013

Zombies


Habíamos sido avisados por las películas, por las series y de tantos otros modos. El tema estaba gestándose en la mente de todos, era parte del insconsciente colectivo y por lo mismo un temor constante.
Pero finalmente pasó. El apocalipsis zombie llegó y vino para quedarse.
Se esparcen por las calles y llegan a todo punto posible. Son en extremo ágiles y rápidos, tienen capacidad de organizarse y agruparse para conseguir alguna meta. Distan mucho de cómo les pensábamos, la mayoría a simple vista parece normal: común y corriente. Si los observas a la rápida pensarías que hasta vivos están, pero no es así.
A diferencia de lo que sucede en las mega producciones cinematográficas nadie notó el estallido, pocos corrieron a esconderse y en realidad hasta podemos convivir con los muertos vivientes. La forma de contagio es menos agresiva, la mordida es sutil y no deja marcas de ningún tipo ni compromete en modo alguno las funciones vitales de un cuerpo. No hemos caído en ningún tipo de guerra civil, no hay que huir ni estar en permanente vigilia.
Los alimentos están al alcance de la mano y no se debe lidiar con los horrores que habíamos alcanzado a imaginar, a veces es posible disfrutar de aire fresco; el olor a podredumbre es disimulado por aromas de otro tipo.
Sin embargo, están allí. En nuestras familias, en nuestro vecindario, en los lugares en que estudiamos. Es decir, en lugares conocidos y en lugares por conocer.
Su ataque no es una mera cosa de saciar el hambre para continuar con su vida sin sentido, no quieren nuestros cerebros; es más, los desprecian. La pelea a fuerza bruta no es ni siquiera necesaria pues tienen otros medios más refinados para hacerse notar y poner en nuestro conocimiento su voraz ambición de destrucción.
Desafortunadamente no son conscientes de sus actos, por lo que tampoco sería correcto de nuestra parte condenarlos por ellos. Algunos de los zombies en ocasiones aportan bastante a la sociedad y contribuyen como todo ciudadano respetable. No es algo que, en efecto, dure demasiado. La infección es irreversible y de un nivel de contaminación atroz y tan elevado que la medicina tradicional no da aún con una cura de efectividad total, pero se rumorea que se trabaja a toda máquina para obtenerla.
El contagio es rápido, demasiado diría yo en comparación con otros tipos de enfermedad viral. Basta compartir un par de conversaciones con ellos, toparse con uno de estos sujetos en algún lugar público y queda en evidencia de inmediato como quienes les circundan pierden lo que les hace humanos.
Ocupan puestos de alta jerarquía en muchas empresas, hacen clases, deciden el destino del país, toman las riendas de la humanidad y poseen capitales que invierten para continuar con su ola de contagio.
Si intentas salir de sus círculos o buscar estrategias para no caer en su pálido mundo te persiguen de cualquier forma. Se solapan bastante bien en la sombra de lo que antes era la ética y la moral.
Yo, que tengo la habilidad para saber quienes podrían ser parte de esa fauna tomé la opción de no mezclarme con ellos. No obstante, es difícil evitarles. Pueden aparecer en cualquier parte, es más, a veces a más de alguno le he tomado cierta estima. Y ahí está el peligro, no se les puede acabar con inutilizar su cerebro; otros zombies alegarán que es un atentado a los derechos humanos o acusarán discriminación y habría problemas legales. En ocasiones escriben correos o toman el teléfono y te amenazan. Los gruñidos han quedado en el pasado, ahora saben armar discursos intimidatorios y acosarte. Por las noches es mejor no salir, pero si es de día puedes fingir ser uno de ellos y te dejarán en paz.

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