martes, 5 de febrero de 2013

Maestro Segundo


Llegué a la casa ansioso, alterado, acelerado con aquélla grabación. Mucho tiempo de búsqueda y de preguntarme si algo así existía, décadas sin saber que lo que le da sentido a mi espíritu, es decir, el canto a lo poeta, perteneció algún día a mi familia. Mi bisabuelo, fue un gran cultor en sus ratos libres, cuando no estaba dedicado a su oficio de zapatero ni a cuidar el rancho del que era inquilino.
Yo que le ví, acabado, distante de todo y de todos en una silla de ruedas. Sin poder esbozar palabra ninguna, el único contacto que tuve con él fue haberme acercado escasos segundos cuando lo sacaban al patio. Si no era mi bisabuela la que me apartaba con gran brío de su lado, era alguna de mis tías. Rara vez pude mirarlo a los ojos y contemplar esa añoranza por el pasado, dialogar con él imposible, hablar de igual a igual impensable.
Yo era muy chico, el falleció cuando yo tenía seis años recién cumplidos. Un Diecinueve de Septiembre, recuerdo haber escuchado a alguien mencionar que tocaba vihuela muy bien, que sabía muchos versos ¿Dónde están la mayoría? Bajo tierra como él.
Pero no todos, logré conseguir uno. Uno solo, y quien sabe de que hablará, por primera vez en mi vida voy a escuchar la voz de mi bisabuelo. Cuesta mantener el pulso y enganchar el cassette en su lugar. Presiono la tecla de play y los segundos de ruido blanco antes de que la grabación propiamente tal empiece, me parecen siglos. En ese intertanto recuerdo el aroma del pasto en la cancha de fútbol frente a la casa, también de que algún día le regalé un coyac y que tengo una foto en que ambos aparecemos chupando un dulce. Su chupalla desteñida, unas fotos del matrimonio de mis padres – Él nos dio los parabienes, dijo mi madre alguna vez, yo no tenía idea del significado de la palabra -, cuando a mi hermano lo mordió un perro en casa de mi bisabuela, las humitas con que nos premiaban por portarnos bien que salían de todas partes.
Del tío abuelo Santos Muñoz, que algún día también me cantó algo en una guitarra desafinada. ¿Por qué mi memoria guarda en detalle cosas sin valor y pierde la sustancia de lo que aprecio?
Comienza el verso, la melodía la reconozco. Los floreos que usa casi se acercan al virtuosismo, el lleno de su voz me pone los pelos de punta. Ese toquío está precioso y me va a costar sacarlo fielmente, pasa de un acorde a otro con gran fluidez y, cosa rara, sin repetirse en los adornos. Nunca había escuchado a alguien cantar esa melodía tan alta, a lo más en DO, él la canta en MI. Busco alguna anotación en el cassette, aparece un nombre que ya he escuchado, aquél con el que se presentaba como pseudónimo. Sin duda, intraducible para el resto de los mortales.
El verso es un pajarero, la cuarteta así lo dicta. Me gusta su sonido metálico, casualidad o genética, es el sonido que siempre me ha gustado en los guitarrones. Precioso, preciso y económico en usar los manojos. Gran estilo, como era el de los antiguos. Con garbo y seguridad, pero sin ser excesivo. Con un pulso relajado, con carácter y respirando en cada fraseo.
Pájaros por miles desfilan en su discurso, cada uno con una habilidad valiosa para el campesino. Que sabiduría más bella, que conexión con la naturaleza.
Yo quizá no soy muy bueno, yo quizá no sé la mitad de los versos que él supo, pero la emoción y la motivación está. Tengo toda una vida para homenajear este talento. Ojalá hubieran sido mejores las condiciones y me hubieses tú enseñado, pero aunque sea con este verso de apenas ocho minutos me has entregado años de tradición y de canto campesino. Te lo agradezco en demasía, creo que a partir de hoy he descubierto quien soy y la misión de mi vida. 
Dios te cuide Pedro Muñoz Barrera, Maestro Segundo.

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