jueves, 14 de febrero de 2013

Sonrisa luminosa


- Según el dato que me dieron es esa casa amarilla al final del camino.
- Que bien, que bien… que bien.
- Llevamos caminando casi dos horas, fallé en mi cálculo.
- No importa, conversando se me ha hecho corto.
La miré y me regaló esa sonrisa llena de energía que ella tiene. Esa transparente, inocente y perfecta sonrisa que me vuelve loco y hasta me convence de creer en Dios.
Estoy cavilando sobre ello cuando sin darme cuenta doy un par de golpes a la puerta, sale con cierta tardanza un caballero a quien ostensiblemente le falla la vista.
- ¿Qué quiere?
Percibo su molestia y su agresividad de inmediato, le explico que he sabido que es cantor popular, que me gustaría conversar con él un rato y tratar de registrar algunas cosas para que sean accesibles a todo el mundo. Junta los párpados y me mira con seriedad.
- ¿Quién es ella? Me pregunta.
No tengo tiempo de responder y ella se presenta y oscurece al sol con su fulgurante sonrisa, el caballero que tan hosco había sido nos hace pasar en el acto y con gran amabilidad nos sirve jugo de frutas.
Y se largó a hablar, a ella más que a mí. De sus inicios, de su juventud, de sus poemas y melodías, en fin, de todo lo que con gran esfuerzo trataba yo de recabar del recuerdo y vivencias de otros a los que en soledad había visitado. Ella le conversa amenamente, está en realidad interesada en el humano que hay detrás del poeta y músico.
Pasa el tiempo y saca una guitarra grande y se larga a cantar, ella le entona los versos que le he enseñado pero se excusa de tocar.
- Este canto es de hombre y yo eso lo respeto.
- Cante Ud. algo, me dice apuntándome con la pala del instrumento.
Preparo los dedos, reconozco el mástil. Siento el tacto de las cuerdas, arreglo la garganta y me lanzo. Un verso por historia, más específicamente del Rey Baltasar y la interpretación de un misterioso escrito realizada por el profeta Daniel. Escucha con respeto y al parecer mi voz le trae remiscencias tristes.
Concluyo mi canto y hago una despedida agradeciéndole su hospitalidad, con la intención de dejarlo descansar lo que queda de la tarde.
Se lleva las manos a los ojos y casi sollozando le dice a Yoli que ese preciso verso cantaba su hijo, fallecido ya, y que mi forma de cantar se asemeja mucho a la de él. Que fue hace mucho tiempo, que el río se lo llevó y a pesar de los esfuerzos que hizo solamente encontró un cadáver y ya nada más pudo hacer, fue un mero espectador de la escena.
Me pide el instrumento, me acerco y se lo entrego.
- Yo les voy a enseñar unas melodías que nadie más se sabe, ni el mismo diablo, ya van a ver. Ese se llevó a mi hijo por que le gané tocando.
Y así, compartimos con él muchas horas más.
Nos retiramos del lugar con una mezcla de congoja y felicidad producto de las cosas que nos contó y de las valiosas enseñanzas que nos regaló.
- Que pena que esté solito, apenas se la puede para mantenerse. Observa Yoli con una vocecita triste.
- Me encantaría ayudarlo. Respondo.
- ¿Vengamos a verlo de nuevo?
- Te iba a sugerir lo mismo.
Termino de decir la frase y ella me fulmina con su sonrisa prístina que sería la envidia de cualquier diosa griega y me da un cálido beso en la mejilla.
Tomo su mano y rehacemos camino.
Para conversar con estos caballeros se necesitan dos cosas: talento y una gran sonrisa que lo ilumine todo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario