martes, 14 de febrero de 2017

Las causas de su tardanza

A eso de las 3 de la madrugada, que era cuando terminaban sus sesiones de grabación, le dije que quería hacer algunos arreglos para su canción. Tenía ya esa mirada  lejana como de agujeros negros en los ojos, pensó un poco y me dio su opinión: “Debe sonar tal como una vieja banda de bronces del ejército, de esas de hombres retirados. Desafinada y dudosa”.
Mordió con furia su sandwich, lo dejó sobre una de las banquetas del parque y con mucha prisa se ató los cordones de sus zapatos. Sin más se fue corriendo, sin despedirse de nadie ni haciendo caso a los llamados de sus colegas para irlo a dejar a casa en auto.
Al otro día la sesión de grabación empezó tarde. Los muchachos le esperaron más de media hora y no había pista de él. Contraté una pequeña orquesta de vientos, la gente se impacientaba y no sabíamos que carajo podía haberle pasado, no contestaba las llamadas y no estaba en casa.
Cuando acariciamos la idea de cancelar, súbitamente apareció. Algunas voces le reñían, otras tantas le preguntaban las causas de su tardanza.
Nadie se dio tiempo de saludarlo y el enojo era evidente, entre airados gritos salió corriendo fuera del estudio.
Quedamos anonadados, de una pieza, sin saber como reaccionar.
A los diez minutos volvió, traía en una mano el mismo sandwich que tiró el día anterior y en la otra su telecaster negra. Sin mediar palabra se enchufó al amplificador, tragó el último bocado y se puso a cantar. El resto le siguió.

Fue la última sesión de grabación que hizo con el grupo, antes de su retiro voluntario. Registramos una veintena de canciones en poco menos de tres horas, nunca habíamos sido así de efectivos.

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