Luego del sepelio lloré bastante, lloré durante toda la ruta que
conecta la casa con el cementerio. Caminé con los párpados repletos de humedad,
tanto así que no veía bien el piso. Parecía un pequeño topo con vestimenta
avant-garde.
Bienvenido, decía el felpudo. No le creí, que objeto más mentiroso.
Mi poltrona me recibió con un tibio abrazo y me dediqué durante algunos
momentos a evocar otros momentos.
La puerta me interrumpió, alguien golpeaba casi sin fuerzas pero con
gran persistencia.
Eran ellos dos, con sus chaquetas de cuero y esos joropos alocados en
el cabello. Se veían excesivamente tristes y abatidos. Conversamos largo y
tendido. Tomamos el té en el patio y seguimos conversando de presente y futuro,
cuando súbitamente nos interrumpió el pasado.
- Michelle, ahora que Daniel no volverá por este lugar me gustaría
conocer su estudio. Jamás lo vi.
Miré a Damián con cara de sorpresa. No sabía que jamás habían estado
allí arriba.
Invité a Diego a subir también, solo con la mirada.
Por primera vez estarían en el sitio en que Daniel pintaba, en ese lugar
para él tan especial y que permanecía idéntico. No me dio tiempo de siquiera
tapar alguno de sus cuadros o de sus proyectos más recientes. Entre ellos se
miraban con complicidad al observar los desnudos en que aparecía yo.
Cogí la cámara de fotos y me lancé a hacer algunas tomas, por petición
de Damiám que parecía desmoronarse sobre la vieja silla en que se sentó y las
lágrimas se le hacían cada vez más pesadas.
Diego reaccionó al momento, se acercó a Damián y en sus pupilas se
dibujó la protección, el cariño y el cuidado que tenía con su amigo. Sabía que
a Diego era a quien más le afectaba la partida de Daniel.
Entendió al momento de que se trataba, la vida, la muerte y todo aquello
siendo el más pequeño de nosotros, con 18 años recién cumplidos.
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