Terminado el cuento, decidió que era tiempo de ver la luz del sol y
respirar aire en las afueras del cubo. Abrió la puerta, que casi en desuso
emitió un chirrido que activó todas sus vainas de mielina.
A pesar de haber concluido la tarea seguía leyendo su obra, mentalmente
párrafo a párrafo. Se le desabrocharon los cordones de uno de los zapatos, y
máquinalmente se agachó a atarlos. De allí en adelante las cosas comenzaron a
pasar tal cual las había escrito en el libro.
Primero de modo casual y soprendente. La chica del vestido rojo que le
coqueteaba con la mirada, la emoción incómoda y vergonzosa de que le viera
agachado en esa pose tan poco elegante. Él levantándose de súbito, tirando el
libro que ella traía en la mano.
Cerró los ojos, pues no quería confirmar el título al igual que el
protagonista de su cuento. Recogió el libro sin mirar la tapa.
Sabía que diálogo venía.
- ¿Te has dañado los ojos? Le consultó la dama.
Sabía que no debía responder de inmediato, pero que tampoco debía
tardar.
Olvidó que venía en su cuento, pero mientras esbozaba las palabras
recordó que esas eran, justa y precisamente, las que había escrito en su
diálogo.
- Es que me pongo tímido con desconocidas.
No quiso abrir los ojos sin antes evocar la sonrisa que tenía ella.
Finalmente los abrió y las curvas eran tal cual las trasladó al papel. Sonrió
también, contagiado por ella y con cierto orgullo por lo preciso de los
adjetivos que había usado.
- Entonces nos debemos presentar.
Ella se acomodaba el pelo y dibujaba con su boca un beso en el aire.
Bella boca de cereza, sin cuesco y con generosa carne.
Le preguntó el nombre, queriendo confirmar el destino y también estando
preso en él.
Pronunció el nombre de la bella pelirroja en su mente, sílaba a sílaba
junto con ella. Esa voz dulce y excitante. En su mente habitaba de eras
remotas, de varios genes Eva atrás.
Disfrutó como adolescente esas tres sílabas.
Las pupilas extraviadas, la bradicardia, la falta de olgato y la pérdida
de equilibrio.
Recuperó el sentido y la chica no estaba. Todo había sido parte del
imaginario de un escritor cansado luego de escribir un cuento realista. Un fin
horrendo, para una pieza que podría haber terminado no tan de súbito.
Decidió volver al cubo y reescribir el remate, solo con fines literarios.
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