miércoles, 6 de agosto de 2014

Creencias viciadas


Explicar como la humanidad ha evolucionado resulta una tarea de alta complejidad. Sigo creyendo en el Génesis y en la forma en que allí se narran los acontecimientos en los que el hombre vio sus albores, creado como una sublime obra por un poder superior e incuestionable. Dicho poder se constituye y alza por sobre toda forma de vida en la faz de la Tierra.
Mis valores y creencias son incompatibles con las vejaciones morales, las faltas a la ética, los oprobios, las afrentas y mancillas que de tanto en tanto pasan por mis ojos.
Cada uno y todos nosotros tenemos el insigne y espectacular derecho, sino obligación, de hacer de nuestro medio uno mejor. Fue lo que intenté con firmeza durante mi vida.
Mas, ¿Qué se ha ganado en estos años?, ¿Hacia dónde va todo en esta era?
No se encuentra entre mis virtudes ni en mi potestad juzgar, ni mucho menos dar castigo. En ocasiones, es cierto, la carne es débil y la justicia se toma por propia mano. No obstante, creo saber por iluminación suprema que eso tampoco es un aporte, para que decir la distancia que guarda con un avance en nuestra calidad espiritual.
Los años que han pasado me han servido para pensar y pulir mis ideas. La conclusión que a mí llega no es otra más que el hombre, a diferencia de lo que Rosseau en particular y una serie de otros sujetos “ilustrados” postularon, es un ser horrible. Incapaz de sentir el más mínimo amor verdadero hacia el prójimo, imposibilitado de pensar en algo más que en sí mismo. ¿Podrá, entonces, amar a alguien por sobre todas las cosas?
Pecadores, fariseos, gazmoños, pacatos, moralistas, todos cortados con la misma siniestra tijera. La única verdad absoluta en la vida es que algún día moriremos todos y, de entre ellos, algunos privilegiados estarán en condiciones de llegar al sagrado reino. Dudo, a pesar de mis infructuosos y dolidos esfuerzos, ser parte de este selecto grupo. ¿Qué somos sino un puñado de pecadores?
Sin distinción: ricos, pobres, el sabio, el necio, blancos, negros, todos estamos destinados a la muerte de la carne. Generación de víboras.
Mi alma no está tranquila, aunque no soy ni seré jamás un sujeto perverso. Incidentes aislados restan mérito a mi intachable conducta. Fueron las circunstancias, fue haberme alejado de la correcta senda lo que me llevó a cruzar la delgada línea.
¿Quién no ha pecado?
Todos, humildemente y de forma sincera, debemos arrepentirnos de nuestros sucios y funestos actos.
Creo haberme arrepentido lo suficiente en estos quince años, en la privación, en el hacinamiento. En fin, en los días sin rumbo a que me llevó el apagar la respiración de aquélla mujer a la que le ofrecí el resto de mis días, mis sueños y casi el alma. No estaba preparado para enfrentar la plenitud en todo su esplendor y magnificencia.
El padre lee versículos a los que poca atención presto, en un intento de última plegaria por mi salvación. Un amén poco sentido recorre la sala, termino mis divagaciones y preguntas. Lo que preciso aquí y ahora son respuestas.
Doy inicio a las oraciones que el padre me ha recomendado en esas reuniones íntimas que hemos tenido desde hace tanto tiempo. Aparece en frente de mí esbozando un gesto calmo que me transmite gran paz.
Experimento la tranquilidad, el sosiego lóbrego de la certidumbre total. Las tribulaciones se acabarán, al menos momentáneamente.
Cuando el hormigueo eléctrico aumenta su mortal intensidad y siento su recorrido por todo mi cuerpo es cuando en verdad empiezo a creer.

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