viernes, 27 de junio de 2014

Lady Jane


Rafael no sabía donde estaba. Según su reloj había recorrido una media hora, seguramente en dirección hacia la costa. La sensación dentro del auto, a pesar de estar vendado, fue de que iban en subida constante. El sonido del motor del auto así también se lo sugería, nunca pasaron de segunda.
No había sido propiamente un rapto, de hecho tenía claro que pasaría en algún momento. Misteriosas camionetas negras en cercanías de su casa. Llamados curiosos a altas horas de la noche. Cartas sin destinatario en su puerta que detallaban con todo tipo de pormenor los libros que estaba leyendo.
Alguno de sus maestros le advirtió de que estaba pisando un terreno escabroso, de empinados senderos. Mas no hizo caso, le gustaba el riesgo.
Por lo que leyó en el papel, en un vistazo fugaz, le querían hacer parte de ese grupo de trabajo y estudio del que tanto había leído; pero en definitiva no podía comprobar nada.
La emoción que le llenaba el pecho no era clara. Rafael estaba con el ego henchido, por fin alguien dio importancia a sus talentos y a las horas invertidas en pulir sus conocimientos. No obstante, no quería jugar a hacerse el valiente. Algo de angustia sentía en la profundidad de su ser. Quizá alguien le lavara el cerebro y lo pusiera a trabajar de esclavo en una mina de carbón en el continente negro. O peor, estaba en una condición de vulnerabilidad absoluta, sin medio de comunicación alguno y nadie le extrañaría antes del Lunes, que era cuando se suponía volvería a casa; en casi una semana más.
El cuartucho tenía un aroma a humedad y parecía no ser usado con frecuencia. No había ventanas, el equipamiento solo consistía en un silla de mimbre antiquísima y una “mesa”; en realidad una cubierta de masisa con parte del enchape original superpuesta en unas patas de fierro.
Puso una oreja en la pared y tuvo la certeza de que en algún sitio de la casona alguien escuchaba Lady Jane. Se quedó escuchando por un buen rato, total de todos modos le gustaban The Rolling Stones.

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