martes, 15 de abril de 2014

El sabor de la tierra

Quisiera el día de hoy escribirte un romancero, antología, apología o arqueología. ¿Un sumario? Bien puede ser lo correcto, siempre y cuando aporte algo a la medicina, la moral y las buenas costumbres.
Sería tan apreciado como el cristal veneciano o la porcelana oriental. Como los tejidos de mercaderes mozárabes, una oda a la hermosura sobre el plano cartesiano.
En Tonala y Tlaquepaque se hablará de mí por siglos y siglos. En lugares tan exóticos y distantes situados en Sudamérica los aborígenes avanzarían hacia la civilización si supieran de tus dotes inigualables.
Y es que, búcaro amigo que me acompañas a todo lugar, tu resfrescante efluvio saborizado y perfumado, transparente y que me transmite el color mortecino que mi casta merece; es una bendición.
Opilación, éxtasis místico, color quebrado, narcolepsia, infertilidad, pueden ser algunos de tus efectos secundarios. Eso dicen algunos, eso señalan algunos pocos.
Pero bien vale mantener esta viciosa golosina que es tu consumo.
Ni las ciruelas portuguesas, ni los tulipanes de Anatolia te superan. Eres un manjar distinguido para paladares exigentes; que reboza mi tristeza y la transforma en alegría. La siento en lo más profundo de mi duro estómago con color de membrillo antes de madurar.
Culpo de tu color quebrado, al barro colorado.

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